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Los enigmas de Luxor

Los enigmas de Luxor

Foto: Plano de las tumbas de Djehuty y Hery, realizado por Juan Ivars y Carlos Cabrera durante la campaña de 2003. Para la toma de datos se utilizó una estación total.

La misión española del Proyecto Djehuty vive desde 2002 en la necrópolis egipcia de Dra Abu el Naga, una colina rocosa en las inmediaciones de la antigua ciudad de Tebas, hoy Luxor. Una maravillosa aventura científica con sensacionales hallazgos: los secretos de dos tumbas de nobles de 1.500 años antes de Cristo.

Tras una breve conversación preliminar le pregunté de dónde venían aquellas piezas. ‘Min el gebel’ (de las montañas), respondió. ‘Muchas antigüedades’, señalé con una sonrisa, ‘proceden de las montañas’. ‘Cierto’, dijo, ‘pero éstas son especiales, ¡vienen de una gran tumba! Ishtaree! (¡cómpralas!)… ¡Vienen de verdad de una gran tumba en la colina!’. ‘¿En la colina?’, repliqué, ‘¿qué colina?’. ‘¡El Dira!’, explicó señalando por encima de su hombro hacia la colina de Dira Abou’l-Negga”.

Por: Carlos Spottorno, El País, 14 de marzo de 2005

El que habla con el persuasivo ladrón de reliquias faraónicas es nada menos que Howard Carter –que recogió la charla en uno de sus apuntes autobiográficos–, y el lugar maravilloso al que se refieren, preñado de momias, tesoros y misterios, es Dra Abu el Naga (el término se ha simplificado, perdiendo quizá algo de su romanticismo), una gran zona arqueológica cerca del famoso Valle de los Reyes, en Luxor, la antigua Tebas, que fue usada intensivamente como necrópolis durante las dinastías XVII y XVIII –hay también enterramientos anteriores y posteriores–, hace más de 3.500 años. En ese sitio privilegiado por el que ronda aún la sombra tenaz del descubridor de Tutankamón, que identificó en el lugar la sepultura perdida de Amenofis I, bautizada como tumba ANB, excava ahora una misión española, y está realizando hallazgos sensacionales.

Los españoles no han de buscar sus tumbas: ya las tienen. Son la TT11 y TT12 –TT equivale, en la terminología arqueológica, a Theban Tomb (Tumba Tebana)–. Se trata de dos tumbas vecinas, prácticamente adosadas, como los chalés –chalés de momias–. Fueron construidas en la falda sur de la colina para los nobles Djehuty, que da nombre al proyecto de investigación hispano-egipcio, y Hery. El primero fue, hacia 1500 antes de Cristo, supervisor del Tesoro y supervisor de los Trabajos, el equivalente actual de ministro de Hacienda y de Obras Públicas, de la célebre reina Hatshepsut, probablemente la mujer más notable del antiguo Egipto, y cuya carrera, poder y realizaciones empequeñece a las más populares Cleopatra o Nefertiti.

Djehuty, un individuo de enorme capacidad intelectual, como atestiguan los juegos criptográficos que aparecen en las inscripciones de su tumba, y hombre de confianza de la reina, tuvo el privilegio de participar –al menos a nivel organizativo– en una de las grandes aventuras de su tiempo: la expedición al remoto y exótico país de Punt, en algún lugar de África oriental. El segundo personaje, Hery, más enigmático, vivió en época anterior, durante los reinados de Amosis I (1570-1546 antes de Cristo), el fundador de la poderosa dinastía XVIII y el rey que expulsó definitivamente a los invasores hicsos, y Amenofis I (1551-1524). Amosis I también fue enterrado en el área de Dra Abu el Naga, y la localización de su tumba sigue siendo hoy desconocida –la momia, sin embargo, como la de Amenofis I, la tenemos: fue hallada en el escondite real de Deir el Bahari en 1881, en excelente compañía (Ramsés II, Seti I, Tutmosis III y la mayor parte del embalsamado Gotha tebano)–. Hery ostentó un cargo cuya relevancia es difícil de interpretar, pero que sugiere que era un hombre cercano a la casa real, seguramente emparentado con ella: supervisor del Granero de la Mujer del Rey y la Madre del Rey, Ahottep.

La aventura científica y vital del equipo español –que acaba de cerrar su cuarta campaña, de seis semanas, en Dra Abu el Naga–, se centra en excavar, restaurar y publicar las tumbas de Djehuty y Hery. El trabajo, pese a lo que pudiera parecer al tratarse de dos pequeñas tumbas –en comparación con los grandes hipogeos reales del Valle de los Reyes–, es monumental y exige unas energías y unas dosis de cuidado y paciencia casi sobrehumanas. Complica las cosas el que las dos tumbas fueran reutilizadas, en parte, en tiempos posteriores a su construcción y, en épocas ptolemaica o romana, convertidas en verdaderas catacumbas interconectadas por pasadizos subterráneos en los que se instaló un cementerio de aves sagradas, con numerosas momias de ibis y halcones.

Las labores en los dos sepulcros y sus alrededores van a prolongarse aún durante mucho tiempo; por lo menos, 10 años más. El proyecto incluye también, en su etapa final, su adecuación para que puedan ser visitados por el público. La excavación de los patios exteriores de las dos construcciones, que estaban cubiertos de tierra y ruina, ha arrojado un sinnúmero de objetos maravillosos, algunos espectaculares, y otros, además, de valor decisivo para nuestra comprensión de la historia del antiguo Egipto. Baste con citar la Tabla del Aprendiz, una tablilla preparatoria con el único dibujo frontal de un faraón (seguramente la propia Hatshepsut) que se conoce; el bellísimo ataúd de madera pintada de la Dama Blanca –así han bautizado a la anónima mujer del Imperio Nuevo envuelta en lino que apareció dentro–, o un fragmento de alabastro con el cartucho –el nombre real– de Amosis I.

El director del Proyecto Djehuty, patrocinado por Telefónica Móviles y la Fundación Caja Madrid, es el egiptólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas José Manuel Galán (Madrid, 1963), un hombre cauto y sensato al que le interesan mucho más las inscripciones que las momias –peor para él– y que trata siempre de contener la inmensa emoción que le provoca su trabajo. Le cuesta reconocerlo, pero en sus sueños se adentra en la tumba de Djehuty, al que está llegando a conocer como se conoce a un amigo íntimo, y da con el sarcófago dentro del cual se halla todavía el cuerpo del fiel colaborador de la gran reina… Ahora, Galán acaba de regresar de la última campaña en Dra Abu el Naga, el polvo de la vieja Tebas aún pegado en las botas. En sus palabras resuenan el chasquido de las palas al cavar en la arena, las voces guturales de los capataces y el estremecedor rechinar de los escombros que amenazan derrumbarse sobre una galería subterránea. En buena medida, el egiptólogo sigue en un mundo cálido y lejano en el que la tierra es inimaginablemente vieja, los pintados abejarucos juegan al escondite entre los cañaverales del Nilo y el sol enrojecido se reclina sobre los hombros de los colosos de Memnón igual que en los gloriosos tiempos de Amenofis III.

Galán, como el hombre ordenado que es, empieza por el principio y recuerda cómo empezó todo: “La primera vez que vi la tumba de Djehuty fue en noviembre del año 2000. Buscaba un proyecto en Egipto de cierta envergadura y que sirviera para dar un nuevo empuje a la egiptología española. Tenía una lista de tumbas disponibles del periodo que me interesaba, la dinastía XVIII, el momento estelar del imperialismo egipcio. Visité varias en el West Bank; en algunas había misiones trabajando, otras estaban en muy mal estado. Acabé en la de Djehuty. Sólo entrar, me di cuenta de que era lo que estaba buscando”. Amor a primera vista, pues. “Entré en compañía de Mohamed el Bialy, que es ahora mi socio en la excavación, y otro inspector, con linternas. Fuimos iluminando los relieves y las inscripciones, un trabajo muy fino de los artesanos, y entendí hasta qué punto era un monumento importante. Cumplía con todas mis expectativas”. El Gobierno egipcio, en la persona del poderoso Zahi Hawas, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, dio el visto bueno a un proyecto que coincide con sus nuevas directrices arqueológicas: no abrir nuevos yacimientos, sino excavar a fondo sitios ya conocidos, y restaurar y hacer visitables los monumentos.

El Proyecto Djehuty es el primero de una misión española en las necrópolis tebanas, con el único precedente –aparte de la participación de los catalanes Lluís Monreal y Eduard Porta en la restauración de la tumba de Nefertari en el Valle de las Reinas, a finales de los ochenta– de los trabajos del diplomático y egiptólogo Eduard Todà i Güell. Todà excavó en 1886 para el gran Maspero la tumba de Sennedyem (Son Notem), la TT1, en Deir el Medina. Esa tumba estaba intacta, y Todà encontró la friolera de 20 momias; es cierto que algunas en tan mal estado que sólo pudo llevarse las cabezas. Todà, embriagado de antigüedades faraónicas, se fotografió disfrazado de momia en las salas del Museo Egipcio de El Cairo, algo que difícilmente haría Galán, notablemente más tímido.

Conseguir excavar en Tebas es todo un logro. ¿Cómo lo consiguió Galán? “No lo sé, supongo que porque tenía muy claro que debía ser ahí. Si me hubiera interesado otra época estaría en el Delta o en El Fayum; pero para estudiar el imperialismo egipcio y la dinastía XVIII, Tebas es el sitio”. Galán aprovecha para destacar muy deportivamente el trabajo que desde hace años llevan a cabo sus colegas españoles en Heracleópolis Magna (Museo Arqueológico Nacional de Madrid, bajo dirección de María del Carmen Pérez Die) y Oxirrinco (Universidad de Barcelona, con dirección de Josep Padró). En Meidum, la Fundación Arqueológica Clos acomete un proyecto de investigación y restauración de la necrópolis que dirige el egiptólogo Luis Manuel Gonzálvez.

Las tumbas de Djehuty y Hery ya estaban descubiertas, lo que al neófito le puede parecer, erróneamente, menos excitante. Las descubrió Champollion, aunque el sabio iba a paso ligero y no se detuvo mucho en ellas. Tampoco lo hizo el siguiente ilustre visitante, Lepsius, que se limitó a copiar algunas inscripciones. A finales del siglo XIX, el marqués de Northampton redescubrió las tumbas, que fueron investigadas por los célebres egiptólogos que le acompañaban, Newberry y Spiegelberg (nombre que hoy le hubiera granjeado más de una broma). En los años cincuenta, otro egiptólogo, Säve-Söderbergh, el escandinavo especialista en la navegación en tiempos faraónicos, trabajó en los sepulcros. “Hacía casi medio siglo que nadie investigaba y nunca se había realizado un estudio completo. Cuando consulté la bibliografía sobre las tumbas me quedé de piedra ante lo poco que, contra todo pronóstico, se había hecho. Los descubrimientos que estamos realizando muestran cuánto hay por hacer en Egipto y qué importante es reexcavar y volver a investigar, incluso en sitios tan populares como Tebas”, recalca Galán.

Una de las sorpresas es que, excavando en los patios, ha aparecido numeroso material que no pertenece a las tumbas de Djehuty y Hery. “El área fue aprovechada en años posteriores y se efectuaron enterramientos en todas las épocas, en la ramésida, en la saíta y después”. Incluso ha habido una inesperada pedrea: entre las dos tumbas ha aparecido una tercera, también de la dinastía XVIII –“no sabemos quién era el propietario, no hay indicación fuera y aún no hemos entrado”–, y hasta una cuarta, sobre la de Hery, de la que se han descubierto las jambas de entrada con el nombre del difunto, un tal Baky.

De lo colosal de la tarea de la misión española da prueba el que, acabada ya la cuarta campaña, de momento sólo se han excavado en profundidad los patios de las tumbas. “Dentro hemos documentado las inscripciones visibles, pero apenas hemos empezado a excavar. En el interior de las tumbas, los primeros metros están despejados, pero luego las cámaras están llenas casi hasta el techo de escombros. Esos escombros, y piedras, y tierra, entran por agujeros de arriba. Cerrarlos es prioritario antes de poder excavar dentro, que es lo que haremos en la próxima campaña”.

Cuatro años, y Galán aún no sabe si Djehuty está todavía dentro de su tumba. Eso es paciencia. ¿Estará? “Mi experiencia como arqueólogo es que siempre ocurre lo contrario de lo que esperas y planeas”, explica con enervante prudencia. “Fuera, en los patios y alrededores de las tumbas, no esperábamos encontrar gran cosa y hemos hallado material interesantísimo. En la segunda campaña apareció en el patio de Djehuty ese estupendo sarcófago con momia y pensé que en ésta hallaríamos algún otro enterramiento, y, sin embargo, no hemos encontrado prácticamente nada. Mientras que en el patio de Hery sí han aparecido cosas. Dentro… es difícil de decir”. Venga hombre, arriesgue. “Entre los escombros y el techo de la tumba de Djehuty se ven maravillas. Relieves policromados. ¿Se habrán conservado por debajo? Parece que sí, pero hay que cruzar los dedos”. La momia debería estar, ¿no? “Ésa es nuestra hipótesis. Aunque nuestras tumbas, como todas, sufrieron la acción de los ladrones, creemos que fue durante la antigüedad, cuando sólo buscaban oro y plata. Entonces no les interesaban las momias para llevárselas. Los propios escombros han protegido las zonas internas de la tumba de los ladrones modernos de los siglos XIX y XX, que son los más destructivos, los más carroñeros. Aunque las dependencias funerarias estén revueltas, creo, tengo la esperanza, que encontraremos restos del sarcófago y del ataúd y parte del ajuar. Todo ello material de significación histórica, que es lo que realmente nos interesa”.

Cuando se le pregunta a Galán en qué estado podría estar la momia, el egiptólogo arruga el ceño y se ensimisma como cuando a alguien se le hace describir el accidente de un pariente. “Es difícil decirlo. En el peor de los casos estará tirada por ahí, incluso descuartizada, igual que algunas de las que hemos encontrado fuera. La habrán abierto para buscar el escarabeo del corazón. Pero seguramente no se la habrán llevado, no es muy interesante llevarse una momia a cuestas”. Sorprende el tono de ferocidad con que el egiptólogo zanja la cuestión, digno de Belzoni, el hombre que accedía a las tumbas con dinamita: “Creo que la encontraremos, pero en mal estado. Me pongo en el peor de los casos. Para no hacerme ilusiones”.

Remontémonos en el pasado de la momia. ¿Quién era Djehuty? “Su nombre, escrito Dhwty, remite a Djehut, que es como denominaban los egipcios al dios Tot, el escriba divino, al que se representaba habitualmente como un ibis –de ahí el que luego se instalara un cementerio de esos pájaros en la zona–. Podemos entender el nombre de nuestro personaje como ‘el que pertenece a Tot’. El nombre era bastante común, y, por ejemplo, tenemos un general contemporáneo que se llamaba igual”. Ese militar del que habla Galán combatió en el norte y se distinguió en el sitio de Joppa, en Palestina, durante la campaña de Tutmosis III contra Meggido; vale la pena perder unas líneas con él para recordar que, según se cuenta en el papiro Harris, capturó la ciudad con una estrategia similar a la del legendario caballo de Troya: metiendo un contingente de soldados en cestas que parecían contener tesoros y que fueron introducidas en la población sitiada.

En fin, nuestro Djehuty (el otro está enterrado en Saqqara) no era, como aquél, un militar dedicado a contar escrupulosamente manos cortadas de enemigos y que ambicionase las moscas de oro del valor (la Cruz de Hierro de primera clase en versión ejército del faraón), sino alguien más pacífico: un alto funcionario, procedente se cree de Hermópolis, que desempeñó diversos cargos con Hatshepsut. Como supervisor del Tesoro fue responsable de contabilizar las ingentes riquezas que llegaron de Punt, entre ellas cantidades nunca vistas de especias y perfumes, y casi mil kilos –al peso actual– de oro. “En su tarea de supervisor de los Trabajos era el encargado de dar instrucciones a los artesanos, los manitas que hacían las obras más delicadas y trabajaban con materiales preciosos. Y así, por ejemplo, sabemos que se responsabilizó de la capilla en ébano de Nubia de la reina en el templo de Deir el Bahari y de que se cubrieran con electro los dos obeliscos chapados de ese material que Hatshepsut hizo levantar en Karnak, entre los pilonos IV y V”. La extraordinaria calidad de los relieves de la tumba de Djehuty seguramente se explica, dice Galán carraspeando, porque el probo funcionario desvió trabajadores reales a su sepulcro. Acaso también desviara fondos de las arcas de construcción de la reina, con lo que nos encontraríamos ante una situación tipo 3% en la antigua Tebas. Un poco tarde para crear una comisión de investigación. En todo caso, Djehuty fue un tipo fiel que sufrió por ello la misma damnatio memoriae, condenación de la memoria por motivos políticos o religiosos, que su reina: su nombre y su rostro aparecen borrados premeditadamente en varios lugares en la tumba.

La decoración de la tumba de Djehuty es un primor. “En un lado de la fachada hay un gran texto autobiográfico, en el que Djehuty explica sus trabajos con Hatshepsut, y enfrente, la contrapartida religiosa, en la forma del gran himno a Amón-Ra, que estaba pintado de amarillo para que el sol lo coloreara al amanecer”. La conjunción de ambos aspectos en la fachada de la tumba sintetiza, subraya Galán, los requisitos que precisaba un egipcio bien nacido para asegurarse la vida futura: haber servido lealmente al rey (si exceptuamos los trabajillos desviados) y mostrar devoción religiosa. “Junto a la fachada se alzaba una estatua del propietario del sepulcro de la que hemos encontrado una docena de fragmentos. También se hizo representar en un panel funerario en el que aparecen sacerdotes, mujeres con sistros y un arpista. ¡Todo eso sólo en la fachada! Dentro podemos observar escenas convencionales muy bien realizadas: una peregrinación a Abydos para ganar las convenientes simpatías de Osiris, una escena de caza en el desierto, el ritual de apertura de la boca de la momia…”. El equipo español está rejuntando otras dos inscripciones autobiográficas de Djehuty que estaban “muy machacadas”, y se confía en que aportarán nueva información sobre el personaje.

Un asunto interesante es cuán cerca estaba el servidor de la reina. No olvidemos que a Hatshepsut se le atribuye un amante en la persona de su más alto funcionario, Senenmut (un grafito de la época les muestra en actitud sexual tan explícita que hace daño), un personaje enigmático que acumuló cargos y prerrogativas extraordinarios y que parece haber permanecido siempre soltero. Significativamente, en la tumba de Djehuty no aparece ninguna mención a una esposa, aunque sí están su madre y su padre. “Es posible que los altos funcionarios de Hatshepsut no incluyeran a sus esposas en sus tumbas, por alguna razón que se nos escapa. Puede que fuera una convención, algún tipo de decoro”. ¿Decoro? El morbo obliga a preguntar si no tendría la reina un harén de funcionarios… “Bueno, no dudo de que a Hollywood eso le encantaría, pero no hay ningún indicio”, ríe Galán. En fin, Djehuty, hombre prudente, manifiesta en su tumba: “Mi boca guarda silencio sobre los asuntos referentes al palacio”.

En la tumba de Djehuty se enterraría también, seguramente, a algunos de sus familiares. “Por eso estamos encontrando material de después de su época, como un fragmento de lino con la marca del año segundo del reinado de Amenofis II, quizá parte del ajuar de alguien de la familia”.

Galán se siente muy cerca del funcionario egipcio que vivió hace 3.500 años. “Djehuty fue sin duda un miembro de la élite intelectual del momento, un momento muy importante en el que proliferaron un arte y unas ideas muy refinados. La reina necesitaba legitimarse como faraón, y encontramos inscripciones muy elaboradas, con un lenguaje político extremadamente sofisticado. Djehuty es parte de este mundo, y seguramente tuvo una responsabilidad en el alto nivel lingüístico y plástico de la época”. El egiptólogo está fascinado con los textos criptográficos de la tumba. “Son un reto al lector: se utilizan signos distintos de los habituales, de forma que leerlos es como resolver un enigma. Pero, en general, todas las inscripciones en la tumba están muy cuidadas, tanto desde el punto de vista textual como formal. Djehuty es, en el fondo, Tot, el gran escriba, el hombre entusiasmado con el lenguaje y la escritura”. No sabemos cuándo murió Djehuty, ni por qué causa, ni la edad que tenía. “Sabemos que su origen debía ser provinciano y que algo meritorio hizo para ser llamado a la corte de Tebas”.

En su apasionada biografía de Hatshepsut (Edhasa, 2004), la egiptóloga francesa Christiane Desroches Noblecourt, que califica a Djehuty como “uno de los más fieles entre los fieles” de la reina, sugiere que el funcionario fue el responsable de la misión a Punt y viajó a ese país, que Galán y otros especialistas sitúan en Eritrea. “En las escenas del viaje, Djehuty aparece en segundo plano supervisando el pesado de la mirra y el incienso, pero al regreso. Yo no creo que él fuera en el viaje. No es un comisionado real, sino un escriba. No hay evidencia. De haber hecho el viaje, lo habría apuntado en su autobiografía inscrita en la tumba”.

Entre los hallazgos extraños en las excavaciones figura sin duda la momia de mono estrangulado. “Apareció en la tumba intermedia entre la de Djehuty y Hery. Estaba junto al pozo de enterramiento del propietario de ese sepulcro que no hemos empezado todavía a excavar. El mono fue momificado como un rey, empaquetado con lino, pero previamente le habían retorcido el cuello”. Quizá era una mascota querida que fue sacrificada a la muerte de su dueño para que le acompañara. Precisamente en el patio de la capilla funeraria de Senenmut en la necrópolis de Gurna se sepultó a una pequeña yegua y a un simio cinocéfalo, ambos envueltos en vendas. “Ahora que lo dice, es verdad. Pudiera ser algo similar. En todo caso, es una momia muy peculiar”. Y fea. ¿Qué tal es el trabajo en Dra Abu el Naga? “Al estar al pie de una colina, en plano inclinado, presenta muchas dificultades. Cuando excavamos se nos viene encima la montaña. Hemos tenido que construir grandes muros de piedra para consolidar el terreno, lo que significa más coste y más trabajadores”. Afortunadamente, el equipo español no pasa calor. “De hecho, dormimos con tres mantas. La temperatura de día en esta época del año es agradable, unos 25 grados, pero por la noche baja hasta 10”. En todo caso, “se disfruta mucho”, confiesa Galán, como si se avergonzase un punto de ello. “El lugar es maravilloso, y el trabajo, apasionante”.

La labor en las tumbas, para la que se cuenta con 70 trabajadores egipcios, se lleva a cabo desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde. Los egiptólogos se quedan otras dos horas más. Luego se retiran al Marsam, un hotelillo junto al templo de Merenptah, y repasan los datos que ha arrojado el día, hasta la cena. El hotel pertenece a la familia de Abd el Rasul, los legendarios saqueadores de tumbas, con lo que todo queda en casa. La relación con la gente de la zona “es otro aspecto gratificante”, dice Galán. “Los egipcios son encantadores, generosos y abiertos, y el ambiente en Luxor es de absoluta tranquilidad”. El egiptólogo madrileño ha hecho gran amistad con el capataz, Ali Faruk, del pueblo de Quift (antiguo Coptos), del que proceden los mejores capataces desde los tiempos heroicos de las excavaciones.

El equipo español se encuentra en Luxor en medio de la élite mundial de la egiptología. “Intercambiamos experiencias con las otras misiones internacionales. Es un escenario muy activo. Los franceses vuelven a excavar en Deir el Medina y están hallando nuevas colecciones de ostraca. Se excava debajo de los obeliscos y pilonos de Karnak y están apareciendo estatuas depositadas allí como fundación. Los belgas restauran dos tumbas maravillosas de época de Amenofis II cerca de nosotros. Nuestros vecinos alemanes han descubierto, ¡a cincuenta metros de nuestras tumbas!, un ataúd de madera indescriptiblemente bello y cubierto de textos que parece hecho ayer”.

¿Y el peligro? “Bueno, solemos ir con casco en las tumbas, por indicación de los arquitectos que vienen con nosotros. En el pasillo de la tumba de Hery, un agujero lleva hasta una galería subterránea. Cuando nos metemos ahí, el terreno es tan inestable que las paredes y el techo se desploman si los tocas, todo se deshace. Cuando hay un derrumbe encojes los hombros y nunca sabes cuándo va a parar”. En esos túneles, donde yacen ibis y halcones polvorientos arrebatados al cielo puro de Egipto, la aventura de la egiptología adquiere su cariz más siniestro y claustrofóbico. Pero Galán no teme a las momias. Ni siquiera a las humanas. “Para mí, aparte de las inscripciones, son sólo cuerpos con vendas de lino”.

No está acreditado que las tumbas de Djehuty y Hery, TT11 y TT12, tengan maldición alguna, pese a que el insólito hallazgo de ofrendas de escarabajos remite, para el profano, a algún culto siniestro digno del infame sacerdote Imhotep de The mummy. La única maldición, en realidad, sería que, bajo las pilas de cascotes y escombros, el pasado se hubiera desvanecido y la historia no fuera ya más que unos puñados de arena indescifrable. Pero eso no pasará. Galán cierra los ojos y pronuncia la vieja palabra que ha precedido al descubrimiento de tantas cosas maravillosas: inshallah (si Dios quiere). Y el egiptólogo regresa mentalmente a la tumba, que le espera allí en la vieja Tebas, y en su imaginación recorre una vez más la inscripción en la que las mujeres de los sistros y el arpista entonan una canción por Djehuty, y vuelve a leer la letra de esa canción en el muro: “Te cantamos a ti para que Amón y Hathor te concedan todo lo que necesites y te otorguen de nuevo el dulce aliento de la vida”.

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Proyecto Djehuty en Internet:

http://www.excavacionegipto.com/index.jsp

VIDA DE DJEHUTY

Djehuty en egipcio quiere decir "El que pertenece a Tot", puesto que Djehut es la forma egipcia de referirse al dios Tot. Esta divinidad era el escriba de los dioses, quien dominaba los jeroglíficos y custodiaba los documentos más importantes. Uno de los animales en los que se encarnaba esta divinidad era el ibis, un ave que supuestamente tenía la facultad de volar entre el mundo de los dioses en el cielo y el mundo de los humanos en la tierra.

Djehuty era hijo de la "señora de la casa" Dediu, y vivió durante los reinados de Hatshepsut y Tutmosis III, alrededor del año 1500 a. C.

Tenía el título de "supervisor de los sacerdotes de Hermópolis", lo cual hace pensar que pudiera ser originario de dicha localidad, en el Egipto Medio. Precisamente en Hermópolis la divinidad principal era Tot, y allí se han encontrado cientos de momias de ibis que fueron enterradas como exvotos en su honor. Esta misma circunstancia la encontramos en la tumba del propio Djehuty, convertida años después en santuario dedicado a Tot y, consecuentemente, reutilizada como pequeño cementerio de momias de ibis.

Djehuty sucedió a Ineni (enterrado en la tumba nº 81 de Tebas) en el cargo de "supervisor del tesoro". Él era quien controlaba todas las piedras preciosas del templo de Karnak, y quien se encargaba de llenarlo con toda clase de productos. Además, era el encargado de registrar los diferentes productos que llegaban de las tierras extranjeras como tributo anual, así como lo que los gobernantes locales de Egipto le entregaban.

Contabilizaba los productos que venían de todas las tierras extranjeras y las maravillas que llegaban de Punt. Se encargaba de registrar los productos de los Shasu (poblaciones semi-nómadas de la región de Palestina) y el oro de los Aamu (semitas).

Además, desempeñó también el cargo de "supervisor de trabajos" en numerosas construcciones. Se encargó de los trabajos en la barca del Nilo "User-hat-Amon", y de diversos trabajos en Deir el-Bahari y Karnak. En el primero de estos templos cabe destacar la construcción de una gran capilla en honor a la reina Hatshepsut, en ébano de Nubia, que posiblemente es la que encontró M. Naville en este templo. En Karnak realizó trabajos en diferentes puertas, obeliscos, altares y capillas.

Djehuty fue, sin duda, un importante personaje, con gran peso dentro del gobierno de Hatshepsut. De hecho, él mismo se define en su autobiografía como "un líder del palacio". Es probable que fuera un partidario leal de Hatshepsut, por lo que, como parecen indicar algunos de sus monumentos, pudo sufrir algún tipo de persecución o marginación después de la muerte de la reina. Así, en su tumba, el nombre de la reina fue totalmente borrado e incluso, en varias ocasiones, el nombre del propio Djehuty.

La "damnatio memoriae" de Djehuty no sólo tuvo lugar en su tumba, sino también en Deir el-Bahari. En los relieves relativos a la expedición al Punt, se ha borrado a propósito una figura que está registrando los productos llegados de este país, pero que puede identificarse por medio del nombre y título que la acompañan: "el escriba y mayordomo Djehuty". También en Deir el-Bahari, en la escena en que se informa a Hatshepsut del éxito de la expedición a Punt, aparecen tres personajes delante de la reina cuyas figuras han sido borradas: la primera sería la de Nehesi, la segunda la de Senmut y la tercera se supone que sería la de Djehuty. Estos tres nobles pertenecieron al grupo de oficiales que más peso e influencia tuvieron durante el reinado de Hatshepsut. Parece que, después de su muerte, sufrieron algún tipo de persecución en sus monumentos, debido precisamente a su estrecha vinculación con ella.

Djehuty era, por otro lado, un nombre bastante corriente en aquellos años. Otros personajes importantes con el mismo nombre fueron: el "supervisor de los escultores" que vivió durante el reinado de Tutmosis I y que tiene su tumba en Kom el-Akhmar (Hierakómpolis), y el "heraldo real", cuya tumba es la nº 110 de Abd el-Qurna (Tebas occidental). Al igual que nuestro personaje, el heraldo real de la tumba nº 110 vivió durante los reinados de Hatshepsut y Tutmosis III, aunque parece que en un momento posterior, pues está más ligado a Tutmosis III que a Hatshepsut. Tal vez podría tratarse de su hijo. Esto es algo que se tratará de esclarecer con las investigaciones efectuadas durante el proyecto. Del mismo modo, se intentará establecer qué objetos de los diferentes museos con el nombre de Djehuty pertenecen a uno u otro personaje.

VIDA DE Hery

Hery, era hijo de la "señora de la casa" Ahmose. Vivió durante los reinados de Amosis a Amenofis I, y fue "supervisor del granero de la mujer del rey y la madre del rey Ahhotep". Tuvo dos hijos, Amonmose y Ahmose, y tres hijas, Nesnebu, Bak(et)amon y Tinetnebu.

Poco más se conoce de este personaje, posiblemente emparentado con la familia real, cuya vida transcurrió durante un periodo tan importante de la historia egipcia como es el comienzo de la XVIII dinastía, con la que se inicia un nuevo periodo histórico, el denominado "Reino Nuevo". Con este proyecto se tratará de conocer mejor el papel que desempeñó este personaje en dicho momento, y cual fue la situación vivida durante aquellos años.

MOMIFICACIONES DE LOS ANIMALES

Los antiguos egipcios no sólo momificaban cuerpos humanos sino también todo tipo de animales, desde toros hasta ratones. En algunos casos se trataba de animales de compañía, mientras que en otras ocasiones los animales se momificaban como ofrendas de alimento para el difunto. Sin embargo, la mayoría de los animales eran momificados por razones religiosas. Los egipcios creían que la mayoría de sus dioses y diosas eran capaces de aparecer sobre la tierra abjo la forma de un animal sagrado. Amon podía manifestarse bajo la forma de un carnero o un ganso, la vaca podía ser Isis o Hathor, Tot podía aparecer como ibis o babuino, etc. Sin embargo, no todos los ejemplares de una especie en particular eran considerados como sagrados (por ejemplo, la mayoría de los gansos eran alimentados para servir como alimento). Sólo los animales elegidos como representantes terrenales de la divinidad, como los toros Apis, gozaban del privilegio de vivir en el recinto del templo bajo todo tipo de cuidados, y de ser posteriormente embalsamados y enterrados con el ceremonial funerario correspondiente. En época Tardía esta práctica se generaliza de tal modo que todos los ejemplares de cualquier especie considerada como sagrada eran aptos para ser momificados. Las especies de criaturas que se momificaban eran muy variadas: perros, gatos, cocodrilos, toros y vacas, carneros, babuinos, halcones, ibis, lagartijas, serpientes, e incluso escarabajos.

Las técnicas de momificación empleadas en los ejemplares más elaborados seguían aquellas aplicadas a los cuerpos humanos, incluyendo la evisceración, deshidratación y vendado. Dichas operaciones se llevaban a cabo en un contexto ritualístico, acompañados por los ensalmos correspondientes. Aquellos embalsamados como ofrenda votiva recibían un tratamiento mucho más simple que suprimía la evisceración: los cuerpos eran deshidratados o simplemente cubiertos de resina antes de ser vendados.

MOMIAS DE IBIS

En general las aves fueron momificadas de forma extensiva, siendo quizá las más numerosas las momias del ibis, el pájaro sagrado del dios Tot. Los cuerpos embalsamados de los pájaros eran depositados en vasijas de cerámica de forma cónica, aunque también se empleaba como contenedor alternativo una escultura con forma de ibis, elaborada en madera aunque con cuerpo y patas en bronce.

Muchas momias de ibis han sido halladas en la necrópolis de animales de Saqara. En Tuna el-Gebel, el cementerio asociado con la ciudad de el-Ashmunein y dedicado a Tot está abarrotado de babuinos e ibis momificados. Sólo las momias de ibis se estiman en torno a 4.000.000, aunque el número bien podría duplicarse. Los restos del cercano templo de Tot presentan un recinto en el que, se cree, pudieron criarse babuinos e ibises ya que resulta del todo improbable, dado el número de momias, que los animales murieran por causas naturales. Parece posible que un peregrino que deseara algún favor de Tot fuera al templo y pagara por el sacrificio y momificación de un ibis o babuino.

La tumba de Djehuty en Dra Abu el-Naga se convirtió en época tardía en un cementerio de momias de ibis. Tal vez debido al nombre de su propietario (Djehuty = Toty = "El que pertenece a Tot"), la tumba se convirtió muchos años después en un santuario al dios Tot y, como consecuencia, en un depósito de ofrendas en su honor, entre las que se contaban estas aves. Una serie de graffitiescritos en tinta sobre las paredes interiores recogen los nombres de algunos de los sacerdotes y devotos que participaron en estas prácticas.

Las tumbas de Djehuty y de Hery están excavadas en la falda sur de la colina rocosa de Dra Abu el-Naga. La puerta de la tumba de Djehuty (nº 11) sirve también de entrada para la tumba de Hery (nº 12), pues su puerta permanece enterrada.

La tumba de Djehuty poseía originalmente un recibidor abierto y sin techo. El recibidor fue cerrado y techado por el Servicio de Antigüedades de Egipto en los años 60 para proteger los relieves, las inscripciones y la estatua de Djehuty que están esculpidos en sus paredes. Sobre una de ellas, se representa un banquete funerario que incluye un arpista seguido de un par de mujeres que cantan y marcan el ritmo con sistros. A ambos lados de la puerta original de la tumba se grabaron sendas estelas con una extensa inscripción biográfica de Djehuty.

La sala transversal también posee decoración en relieve, mostrando un variado repertorio de escenas acompañadas de inscripciones. En el suelo se excavó un pozo, y en una de las paredes laterales se abre una galería que conduce a la tumba de Hery. En la pared opuesta se abre otra galería que comunica con una esquina del recibidor. Esta galería está hoy llena de escombros, muy probablemente conteniendo momias de ibis y cerámica de época tardía.

El estrecho pasillo que conduce hasta el santuario del fondo también está decorado con relieves, representando la peregrinación fluvial hacia Abidos (donde se encontraba el templo principal de Osiris, rey de los difuntos), una escena de caza en el desierto, rituales realizados frente a la momia, etc.
El acceso al santuario del fondo, donde probablemente habrá una estatua de Djehuty sentado junto con su esposa, está cortado por una montaña de escombros que llega casi hasta el techo.

La tumba de Hery (nº 12), es anterior en el tiempo que la de Djehuty. El recibidor y la sala transversal no pueden verse en el estado actual de la tumba. Las paredes del pasillo que se dirigía hacia el santuario del fondo están decoradas con finos relieves, representando un banquete funerario, una cacería en el desierto, una procesión funeraria, etc.

La parte de la tumba donde debería encontrarse el santuario está lleno de escombros con huesos de animales (ibis) y cerámica rota. La sala tiene un pilar muy tosco, y se convierte en una galería que conduce de vuelta hacia el pasillo que une las dos tumbas. Todo este "anexo" sigue estando cubierto de escombros, con pozos y oquedades excavados en la roca.

En la obra fundamental de B. Porter & R. Moss, "Topographical bibliography of ancient Egyptian hieroglyphic texts, reliefs, and paintings", vol. I, publicada en 1927 y revisada en 1960, puede encontrase un plano y una descripción de las dos tumbas. Su plano, sin embargo, omite muchas detalles de interés. Por otro lado, la descripción comete el error de asignar a la tumba nº 11 de Djehuty objetos que sin duda proceden de la tumba de un homónimo que desempeñó el cargo de "supervisor de los países extranjeros del norte". Estos objetos fueron adquiridos en el siglo XIX en el mercado de antigüedades y algunos de ellos se exhiben hoy en el Louvre. Conviene tener presente que el nombre de Djehuty era muy común en aquella época, como así lo demuestra también la interesante tumba nº 110 en Abd el-Qurna.

ESTUDIOS PREVIOS DE LAS TUMBAS

Las tumbas de Djehuty y de Hery, excavadas en la falda sur de la colina rocosa de Dra Abu el-Naga, fueron descubiertas nada más y nada menos que por J. F. Champollion, a comienzos del siglo XIX. En su "Monuments de l’Egypte et de la Nubie: notices descriptives", vol. I, tan solo anotó, sin embargo, un breve pasaje de la inscripción que acompañaba a una escena funeraria en la tumba de Hery.

Alrededor del año 1840, las tumbas recibieron al siguiente visitante ilustre, K. R. Lepsius. De nuevo, este pionero de la egiptología se limitó a copiar y reproducir en su obra monumental "Denkmaeler aus Aegypten und Aethiopien", vol. III, las secciones de las inscripciones que le parecieron más significativas y que servían para identificar a los propietarios.

En los años 1898-99 el marqués de Northampton "redescubrió" las tumbas durante su viaje de estudios por la región, acompañado por dos afamados egiptólogos, P. E. Newberry y W. Spiegelberg. Los resultados fueron publicados un año después bajo el título "Report on some excavations in the Theban necropolis". Spiegelberg fue quien se encargó de estudiar los gafitti escritos sobre las paredes interiores de las tumbas, en lengua y escritura "demótica". Datan de época ptolemaica o greco-romana y documentan el enterramiento de momias de ibis (el ave en la que se encarnaba el dios Tot) dentro del antiguo complejo funerario. K. Sethe se ocupó de las inscripciones jeroglíficas en "escritura enigmática", es decir, utilizando los signos jeroglíficos no de la forma convencional, sino dotándolos de un valor fonético y semántico distinto, críptico, jugando la mayoría de las veces con la imagen del signo; una peculiaridad más del reinado de Hatshepsut. Spiegelberg había ya publicado ese mismo año, en 1900, un artículo en la revista Recueil de Travaux sobre la inscripción biográfica más extensa, grabada sobre una de las paredes del recibidor de la tumba de Djehuty, y denominada "estela de Northampton".

Años después, S. Schott visitó la tumba y sacó fotos de los relieves grabados sobre las paredes de las áreas accesibles de las tumbas. Hasta la fecha, estas fotos, la mayoría de ellas no han sido nunca publicadas, formaban el documento gráfico más importante de las tumbas. Sus negativos están guardados en el archivo del Griffith Institute de Oxford, y han llegado hasta nosotros gracias a la amabilidad del Dr. J. Malek. Copias de estas fotos nos fueron también facilitadas por medio del profesor E. Winter de la universidad alemana de Trier.

Sethe incluyó en su obra fundamental "Urkunden der 18. Dynastie", vol. II, publicada en 1927, los textos jeroglíficos más importantes que podían copiarse en la tumba de Djehuty.

En los años 1952-53, T. Säve-Söderbergh entró en la tumba junto con J. Barns y J. Janssen del Griffith Institute. Estos egiptólogos tuvieron a su disposición unos dibujos realizados por Davies, los cuales llegaron a sus manos por medio de Schott.

En 1956, de nuevo Säve-Söderbergh estuvo estudiando la tumba, prestando especial atención a las escenas del banquete funerario de la tumba de Djehuty. Publicó sus conclusiones en un artículo dentro del número 16, de 1958, de la revista Mitteilungen des Deutschen Archäologischen Instituts Abteilung Kairo.

Desde entonces las tumbas no han sido objeto de ningún estudio egiptológico.

2 comentarios

ana -

bueno quisiera saber mas sobre este tema de esos enigmas. ya q tengo curiosidad en verdad

Anónimo -