El fin del misterio del azul maya
Descubren que el colorante se producía mediante el calentamiento de incienso, arcilla y hojas de índigo en cuencos durante los sacrificios humanos ceremoniales al dios de la lluvia en Chichén Itzá.
Antropólogos de la Universidad de Wheaton y el Museo Fields de Chicago han descubierto cómo se elaboraba el azul maya, un pigmento usado en ofrendas, cerámica y murales en Mesoamérica entre 300 y 1500, y que su fabricación se enmarcaba en la celebración de sacrificios rituales. El hallazgo, que se publica hoy en la revista Antiquity, marca un hito en los más de 70 años de estudios sobre un tinte extraordinariamente resistente cuya composición no se desentrañó hasta 1993.
Los historiadores consideran este pigmento «uno de los grandes logros tecnológicos y artísticos de Mesoamérica». Identificado en 1931 por H.E. Merwin cuando estudiaba los murales del Templo de los Guerreros de Chichén Itzá, en la península de Yucatán, fue bautizado como azul maya once años después por Rutherford Gettens y George Stout. Arqueólogos y químicos han estudiado desde entonces un colorante que se va con el agua, pero es resistente al tiempo, el ácido, la biodegradación y los modernos disolventes.
Dios de la lluvia
Un equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México dirigido por M. José Yacamán descubrió en 1996 que se trata de una mezcla a 150º C de un tipo de arcilla denominado paligorskita con una pequeña cantidad de hojas del arbusto del índigo, pero no cómo se conseguía. El azul era para los mayas el color del sacrificio. De ese color pintaban los cuerpos de las víctimas antes de tumbarlas de espaldas en el altar del Templo de los Guerreros de Chichén Itzá y sacar el corazón todavía latente de sus cuerpos antes de lanzarlos al Cenote Sagrado.
Un cenote es un pozo que se abre al derrumbarse el techo de una cueva inundada de agua dulce. Es una estructura geológica típica de la península del Yucatán. El fondo del de Chichén Itzá tiene una capa de arcilla azul de más de 4 metros de espesor, debida al colorante desprendido por el agua de los objetos y cuerpos a él tirados. A mediados del siglo XVI, el obispo español Diego de Landa dejó escrito que los mayas ofrecían al dios de la lluvia Chaak sacrificios humanos y todo tipo de valiosos presentes en el Cenote Sagrado, siempre pintadas las víctimas y los objetos de azul.
Del pozo se recuperaron en su momento más de cien cadáveres, además de gran número de piezas de cerámica, fragmentos de incienso de resina del árbol de copal, jade, piel, oro... «Exceptuando la cerámica, los trozos de incienso de copal han sido el resto más frecuentemente recuperado y su cantidad indica la importancia que tuvo en el ritual de ofrendas al cenote. Más importante aún es que muchas de esas ofrendas de copal tenían restos de pintura azul», escriben los investigadores en Antiquity.
Dean Arnold, antropólogo de la Universidad de Wheaton, examinaba un día un catálogo del Museo Fields cuando le llamó la atención la descripción de una pieza. Decía: «Azul sobre copal en cuenco». Él y otro de los autores examinaron la cerámica, de 20 centímetros de diámetro y tres patas, porque creían que podía estar relacionada con un posible escenario de elaboración del azul maya. Y detectaron en la parte inferior del trozo de incienso había una motas blancas que se parecían a la paligorskita que Arnold había visto en Yucatán.
La solución, en el museo
El cuenco no era una pieza arqueológica recién descubierta. Había sido sacado del fondo del Cenote Sagrado de Chihén Itzá en 1904 y forma parte de la colección del museo desde los años 30 del siglo pasado. Los investigadores comprobaron que las sospechosas manchas azules y blancas estaban repartidas por toda la muestra de incienso, ante lo cual decidieron recurrir a las tecnologías de exploración más avanzadas. El microscopio electrónico del Museo Fields examinó las inclusiones y encontró en ellas rastros de paligorskita e índigo en lo que parecía un intento de frustrado de producir azul maya mediante el calentamiento del incienso del cuenco. Arnold y sus colaboradores no sólo habían dado con el método de producción del colorante -el calentamiento de incienso con paligorskita e índigo-, sino también con el escenario: el tinte se elaboraba durante los sacrificios humanos a Chaak.
Foto: Cuenco con incienso copal. Reuters/John Weinstein.
The Field Museum/Handout.
La lluvia, indican, era vital para un pueblo agrícola como el maya en el norte de Yucatán, donde entre enero y mayo se vive una auténtica estación seca. «Los mayas usaban el índigo, la paligorskita y el incienso de copal con fines medicinales. La combinación ritual de estos tres elementos, utilizados por separado como curativos, tenía un gran valor simbólico e importancia ritual. La ofrenda de estas tres sustancias curativas era un alimento para Chaak y simbólicamente le hacía aparecen en el ritual en la forma de un brillante color azul que atraería la lluvia y haría que el maíz volviera a crecer», sostiene Arnold.
Para Gary Feinman, conservador del Museo Fields y coautor del descubrimiento, éste demuestra la importancia que pueden llegar a tener piezas guardadas en instituciones desde hace décadas a la hora de resolver preguntas antiguas. «Nuestro trabajo saca a la luz las potenciales recompensas del trabajo científico sobre las viejas colecciones de museos», indica. Un simple cuenco de los muchos lanzados al pozo de Chichén Itzá ha desvelado al hombre del siglo XXI cómo y cuándo los mayas fabricaban el colorante que tiñe de azul el fondo del Cenote Sagrado.
Fuente: Luis Alfonso Gámez / Diario Vasco.com, 28 de febrero de 2008
Ved también: Los Mayas, tradiciones del Sol, Instituto Nacional de Antropología e Historia de México
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