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Terrae Antiqvae

Descubren en Chile momias chinchorro de 6.000 años de antigüedad

Descubren en Chile momias chinchorro de 6.000 años de antigüedad Cincuenta momias de la cultura Chinchorro, de 6.000 años, fueron desenterradas por arqueólogos de la Universidad chilena de Tarapacá tras ser encontradas durante la demolición de una vivienda en la norteña ciudad de Arica.

El año pasado, en el mismo lugar, que su propietario quiere convertir en hotel, habían sido encontradas siete momias de esta cultura y que son consideradas las más antiguas del mundo.

Según publica hoy la prensa local, los expertos consideran que lo que partió siendo un pequeño entierro colectivo podría convertirse en el cementerio más numerosos encontrado hasta ahora en la región de Arica, a 2.050 kilómetros al norte de Santiago.

Los investigadores de la Universidad de Tarapacá estiman que los individuos podrían sumar doscientos.

El arqueólogo Calogero Santoro precisó que como en el lugar del hallazgo hubo dunas, es posible que bajo una capa de arena haya cuerpos aún no descubiertos.

Las momias de este grupo de pescadores recolectores parecen corresponder a varios entierros colectivos y tener las características de la época clásica de esta cultura, hace al menos 6.000 años.

El experto explicó que los cuerpos exhiben una preparación más complicada, pues se evidencia el retiro completo de los tejidos adheridos a los huesos, la eliminación de vísceras y el rearmado de los esqueletos con fibras.

Santoro indicó que el pueblo Chinchorro aplicaba la técnica de momificación tanto a niños como adultos y recordó que los estudios sobre éste muestran que rendían culto a los muertos,Los Chinchorro poblaron la zona desde hace unos 10.000 años y se presume que se extinguieron o emigraron en los primeros siglos de la era Cristiana.

Desde hace veinte años se han encontrado en la ciudad de Arica, especialmente en el sector del Morro, unas ochenta momias de la cultura Chinchorro, algunas de unos 7.000 años o más, que las convierten en las más antiguas encontradas en el mundo.

La más antigua data del año 5.050 a.C. y corresponde a un niño encontrado en el Valle de Camarones, cerca de Arica.

Según los estudios científicos, la momificación de los Chinchorro evolucionó durante unos 3.500 años, a través de estilos caracterizados por el uso de diversos colores en las máscaras mortuorias, hasta que la práctica desapareció en algún momento del siglo primero antes de Cristo.

Según los expertos, el culto a los muertos llegó a ser la principal actividad de este pueblo y constituyó una vía de expresión de sus creencias, de tal manera que los ritos podían durar semanas y hasta años tras la muerte de algún miembros de la comunidad.

A pesar de estos ritos, la cultura Chinchorro era simple y sedentaria, y existen rastros de chozas construidas cerca de los cementerios.

Chile pretende proponer las momias Chinchorro como Patrimonio Cultural de la Humanidad ante la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Fuente: Terra Actualidad – EFE, 4 de junio de 2005
Enlace: http://actualidad.terra.es/sociedad/articulo/descubren_chile_momias_chinchorro_antiguedad_335450.htm

Enlaces recomendados:

La Cultura Chinchorro. Bernardo Arriaza.
http://www.momiaschinchorro.com/

Museo Chileno de Arte Precolombino
http://www.precolombino.cl/es/culturas/surandina/chinchorro/index.php

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PRIMEROS POBLAMIENTOS EN EL CONO SUR DE AMERICA (XII-IX MILENIO A.P.)

Lautaro NUNEZ A.
Instituto de Investigaciones Arqueologicas,
Universidad Nacional del Norte (San Pedro de Atacama, Chile)

Calogero SANTORO
Facultad de Estudios Andinos,
Universidad de Taracapa (Arica, Chile)

Al Dr. Osvaldo Heredia (1988t) Homenaje Post Mortem

Originalmente publicado en la Revista de Arqueología Americana, no 1, pp. 91-139, 1990.

INTRODUCCIÓN

Por razones convencionales este escrito abarca un análisis sumario de las ocupaciones humanas registradas en contextos pleistocénicos y holocénicos tempranos, en los actuales territorios de Argentina y Chile, más conocidas instrumentalmente como paleoindias y arcaicas respectivamente.

La controversia sudamericana en torno a la antigüedad y al carácter humane o no de las evidencias presentadas ha alcanzado límites conservadores (Lynch), en este volumen y excesivamente heterodoxo (Guidon y Delibrias, 1986); paralelo a múltiples propuestas de modelos interpretativos recientemente evaluados en relación a la problemática más austral (Borrero, 1989).

Este análisis valora aquellos sitios sometidos a controles cronoestratigráficos, asociados a un corpus de factos multidisciplinarios consistentes, que pueden representar ciertos patrones adaptativos y culturales diferenciados en regiones distintivas del cono sur americano. En efecto, de acuerdo al criterio anterior en ambos países se han constatado ca. 16 sitios paleoindios y 12 arcaicos tempranos haste el límite superior del IX-VIII milenio a.P., (ver figura 1). Tal frecuencia imposibilita un examen territorial in extenso e inhibe la postulación de modelos de rango amplio, mientras que pareciera más útil jerarquizar algunos problemas regionales tendientes a clarificar situaciones prioritarias más conspicuas destinadas a dar más visibilidad, coherencia y certidumbre empírica a las reconstituciones sudamericanas.

Se trata de revalorar los principios de superposición, asociación y procesos de formación del registro arqueológico, resultado de estrictas evaluaciones tafonómicas experimentales y cronoestratigráficas. En este sentido, se espera una mayor indagación a nivel regional sobre patrones conductuales, dietéticos y distributivos de la biomasa de mamíferos, avifauna y recursos vegetacionales, en relación a patrones laborales adaptativos, variables en tiempo, espacio y cultura.

HISTORIA DE LAS INVESTIGACIONES

Desde el comienzo del presente siglo se reconocieron rasgos "paleolíticos" en el cono Sur, caracterizados por industrias de morfología burda, tanto en Chile (Evans, 1906, Capdeville, 1928), como en Argentina (Ameghino, 1918). Tales proposiciones persistieron haste no hace macho a base de industrias obtenidas en superficie con variaciones "estilísticas" y "horizontes", marcadas por visiones norteamericanas y/o terminología europea, incluyendo el principio errático de que tipología es cronología. Aunque los estudios de las evidencias líticas superficiales no selectivas son importantes, su ordenación secuencial, y las reconstituciones culturales y ambientales per se, crearon serias confusiones, por decirlo menos, en especial aquellas referidas sensu lato a horizontes "sin puntas" pre y post-Clovis (Menghin, 1952; Krieger, 1964; Lanning, 1963, 1973; Meltzer, 1969; Fernández, 1971; Cigliano, 1965 y otros).

Hasta ahora, las ideas de Krieger (op. cit.) en torno a ocupaciones tempranas "sin puntas de proyectiles", con aplicaciones tecnológicas burdas, no han sido suficientemente cuestionadas (Schobinger, 1988). Cuando las evidencias líticas aparentemente tempranas se salen de los marcos tecnológicos paleoindios se suelen presentar modelos explicativos, parcialmente documentados, como aquel de "economía generalizada de caza-recolección y pesca" (Bryan, 1983), anterior a los cazadores especializados, dando cabida a un conspicuo grupo de sitios raros, en el sentido de ofrecer artefactos poco comunes o exóticos (Schobinger, 1988).

Por otra parte, la hipótesis de una alto antigüedad a base de sitios en superficie si bien es sana, se ha desprestigiado por sus secuencias forzadas y en casos extremos por la carencia de toda intervención humana cuando se trata de simples podolitos (Grove, 1978).

Sin embargo, el criteria cronoestratigráfico ha side más consistente desde los pioneros cortes australes de Bird (1938), los que pasaron casi desapercibidos, tanto en Chile, como en Argentina, a no ser por las primeras divulgaciones de Mostny (1954), Palavicino (citado en Schobinger, 1988) y Canals Frau (1959).

Más recientemente, uno de los primeros trabajos que valoró la separación entre preformas de canteras, artefactos desechados y utilizados, se debe a la visión pionera de Fang et al. (1972). Otros planteamientos geoarqueológicos posteriores insistieron con vigor en esta revisión crítica con criterios renovadores (Lynch, 1974, en este volumen; Montané, 1972; True et al. 1971; Núñez, 1980; Cardich, 1977; Bate, 1982; Orquera et al. 1984; Borrero, 1980, 1989 y otros).

En el caso específico del territorio austral, los pioneros estudios de Bird (1938), Menghim (1952) y Cardich et al. (1973-1977), marcaron criterios cronoestratigráficos puntuales respecto de la antigüedad y contexto de las tempranas ocupaciones en Sudamérica. Estos análisis estimularon aportes posteriores muy significativos en los territorios continentales más septentrionales, a través de reconstituciones culturales, faunisticas y ambientales (Montané, 1968, Núñez et al., 1983; Lagiglia, 1975, 1981; Dillehay, 1986).

En lo que concierne al debate de las "máximas antigüedades" las evidencias de sitios "precursores" o anteriores al límite arbitrario del XII milenio a.P. , son aún escasos. Por un lade es complicado identificar evidencias pre-Clovis en territorios donde se han registrado similares episodios a los de Norteamérica, es decir, haste ahora no hay indicios locales concluyentes de esta naturaleza. Se tiende a agrupar bajo el concepto "pre-Clovis" a colecciones que accidentalmente carecen de puntas de proyectil. En el caso de Tagua Tagua (centro de Chile), datado en ei XI milenio a.P., se ha intentado esta afiliación sin argumentos suficientes (MacNeish, 1976). Ocupaciones eventualmente anteriores al XI milenio se han sugerido sólo en dos sitios estratificados; Quereo y Monte Verde, los que serán evaluados más adelante (Núñez, 1983; Pino y Dillehay, 1988).

En suma, de acuerdo a las evidencias publicadas en América del Sur, y hasta donde una lectura puede ofrecer seguridad de los análisis geoarqueológicos, sus variaciones en métodos, monto excavado, artefactos reales o no etc., las determinaciones radiocarbónicas señalan la presencia de 45 sitios estratificados paleoindios. Estos se separan en 11 anteriores al XII milenio a.P. y 34 con datos más confiables en el rango del XII al XI milenio a.P. Este patrón estadístico advierte el dominio de evidencias más "clásicas" para los episodios de fines del pleistoceno. El cone sur de América está dentro de este rango, en tanto se han registrado 26 sitios entre el XI y X milenio a.P., y sólo uno es anterior al XI milenio a.P. (ver figure 2).

OCUPACIONES PALEOINDIO

Adaptación Andina

Hasta ahora no se han registrado en la costa norte, sitios paleoindios asociados a los recursos del Pacífico, para el Xl milenio a.P. En el extreme sur de Chile, en cambio, parece efectivo que las poblaciones del componente Fell Temprano, se reorientaron durante el post-glacial a la economía marítima (Bird, 1938). Sin embargo, en el resto de la costa chilena, los episodios vinculados con los primeros poblamientos aparecen uno a dos milenios más tarde en relación a las ocupaciones post-glaciales de las tierras altas andinas (Núñez, 1983a). Es decir, aunque aún no es posible establecer su origen, se han sugerido vínculos con migraciones andinas desplazadas hacia el literal (Núñez y Santoro, 1988).

En relación a un eventual régimen de adaptación andina de naturaleza paleoindia, no hay asociaciones seguras entre fauna pleistocénica y ocupación humana. Sin embargo, en las tierras altas del norte chileno-argentino se han determinado paleoambientes con buenas expectativas. Se puede proponer que tal régimen adaptativo ocurrió (valles serranos, estepas y cuencas lacustres), pero sólo se cuenta con el registro de fauna pieistocénica. Aun en los territorios actuates más áridos hubo un régimen pleistocénico con mayores precipitaciones (Tricart, 1966).

Se han observado playas más altas en los lagos pleistocénicos andinos que no reflejarían la existencia de verdaderos "pluviales" bajo condiciones climáticas muy distintas a las actuates. Más bien se los ha interpretado como una intensificación de las lluvias de verano dentro de condiciones similares al presente. Esta situación, a su vez, se vio favorecida por el régimen de temperaturas más bajas que habrían mantenido una mayor disponibilidad de agua sin necesidad que ocurrieran cambios climáticos mayores (Ochsenius, 1986).

En consecuencia, se han localizado en el norte chileno grandes herbivores como Megaterium, Scelidon, Macroauquenia y Equus, en valles serranos y cuencas con foresta de Prosopis sp., bajo los 2,000 m. (Casamiquela, 1969, 1969-70). Por otra parte, los paleoambientes más altos, como algunos lagos pleistocénicos de agua dulce (actuates salares), localizados tanto en el altiplano como en cuencas de la vertiente occidental de los andes (v. gr. Atacama), también ofrecían condiciones favorables (Lynch, 1986). Se sabe que las cuencas de Desaguadero y Tarija (Bolivia) presentan densos depósitos de megafauna (Phillipi, 1893) y que ésta pudo distribuirse por las estepas con recursos forrajeros permanentes, en torno a ambas vertientes de la Puna de Atacama.

Es probable que ia megafauna andina no causó un gran impacto entre los cazadores paleoindios. Se sabe que los cazadores arcaicos explotaron intensamente los camélidos holocénicos, quienes dominaron rápidamente sobre el paisaje andino y la magafauna relictual. Una columna cronoestratigráfica localizada en la Puna de Jujuy (Barro Negro-Aguilar, 3,820 m), presenta evidencia de un paleosuelo con depósitos de aguas corrientes, asociado a caballo (Hippidion sp.) y estratos turbosos inferiores de fecha pleistocénica tardía (12,530 ± 160 a 10,200 ± 140 a.P.). En un elenco de vegetación hidrófila se registraron restos de caballo hasta el X milenio a.P. Después, algo antes del IX milenio a.P., intervino en el lugar una ocupación arcaica de cazadores de camélidos modernos, pero hasta ahora no hay evidencias culturales más explícitas en los niveles con fauna extinta (Fernández, 1985).

De acuerdo a los estudios polínicos en El Aguilar (puna Argentina), antes del X milenio a.P., las herbáceas y compuestas eran más diversas, constituyendo una vegetación de tipo páramo, es decir, con mayor potencial forrajero que la cubierta tipo puna. Durante el Holoceno temprano (10,000 a 7,500 a.P.) se advierte una alta proporción de gramíneas, pero menos frecuencia de compuestas y herbáceas, similando a la vegetación alto-andina, con más incremento de camélidos (Markgraf, 1985b).

Es probable que hasta el XII milenio a.P., las condiciones finipleistocenas estuvieron vigentes en las tierras altas del norte chileno-argentino, asociada a grandes herbívores: cérvidos, équidos, paleocamélidos, etc. La línea de nieve se mantenía unos 1,200 a 700 m más bajo, al tanto que la extensión más norteña del régimen de vientos del oeste habría aumentado la cubierta de forraje por mayor precipitación (Markgraf, 1987; Ochsenius, 1976). El retroceso glacial hacia las cotas actuales parece haber ocurrido regionalmente por el XII al XI milenio a.P., dando lugar a espacios forrajeros en la alto puna, quebradas intermedias y altos interfluvios sobre los 3,000 m. Así, el régimen holocénico temprano fue probablemente seco y cálido con restos faunísticos modernos y vegetacionales asociados a ocupaciones arcaicas puneñas (10,500 a 8,000 a.P.). Las condiciones post-glaciales tempranas, en términos generates, no fueron muy diferentes a las actuales, con fluctuaciones variables de los límites de los pisos vegetacionales (Yacobaccio, 1986).

En suma, al comparer los escasos datos paleoclimáticos locales con aquellos provenientes de regiones relativamente limítrofes, no se advierte una distribución homogénea o equivalencia de eventos y condiciones ambientales. En efecto, la carencia de columnas locales con registros geocientíficos y polínicos, de valor cronoestratigráfico, no permite correlacionar con más confiabilidad eventuates ocupaciones paleoindias y episodios arcaicos en relación a eventos paleoclimáticos específicos. Tampoco está claro cual fue el rol de las alteraciones volcánicas. Hay ocupaciones ubicadas entre las edades pleistoceno-holoceno, que debieron afectarse por colapsos regionales. El volcán Socompa estableció erupciones piroclásticas durante el holoceno (7,200-1,860 años a.P.); lo mismo sucedió en las tierras altos de Arica entre el XIII milenio a.P., a tiempos holocénicos tempranos (Francis et al. 1985; Núñez y Santoro, 1988).

Adaptación subandina circunlacustre

A través del valle longitudinal del Chile Central se localizaron durante el pleistoceno final una guirnalda de lagos en cuencas intermontañas cerradas, emplazadas entre las cordilleras de los Andes y la Costa. Se trata de un elongado territorio fértil con recursos lacustres típicos para las tierras bajas subandinas. Dos sitios de matanza se han constatado, uno en el centro y otro en el centro-norte. En ambos se han planteado indicios de ocupaciones precursoras.

En efecto, Quereo (cerca de los Vilos) es un depósito sellado de lenta sedimentación, denominado Formación Quereo. A 4 m de profundidad se ubicó en el techo del miembro 1, fauna pleistocénica asociada a actividad humane efímera, compatible con la caza de a lo menos caballo y paleolama (Núñez et al. 1983). Se registraron miembros óseos fracturados (prefosilización), escasos artefactos óseos ocasionales, percutidos, miembros con marcas cortantes, vértebra de caballo perforada, cráneo de caballo con impacto naso-frontal asociado a bloques, lito laminar con muesca, posibles yunques y maderos quemados (algunos aguzados). Dos dataciones radiocarbónicas de maderos asociados a este nivel (Quereo I), pero embebidos en un acuífero, se midieron en 11,600 ± 190 y 11,400 ± 145 años a.P. Estas dataciones estarían desviadas puesto que son sincrónicas a la fuse superior (Quereo II), pero separadas por 1.30 m de sedimentos diferenciados. Se consideran contaminadas con edades rejuvenecidas. Quereo I es un evento más temprano, tanto por sus posibles componentes culturales y razón de sedimentación, como por el criteria paleogeográfico. El evento ocurrió en una paleo-desembocadura a raíz de la localización de la playa marina, 5 a 10 m sobre el nivel actual. Por sincronía de episodios ambientales pertenecería este evento al inter-estadial Lauten (Würm medio), por el XX milenio a.P., pero su datación absoluta es incierta. Esta fase eventual más temprana se correlaciona con despojos de bosque y restos de grandes herbívores con sus pequeños depredadores: mastodonte (Cuvieronius sp.), caballo (Equus sp.), ciervo de los pantanos (Antifer Niemeyeri), Paleolama sp. y Lama sp., Mylodon sp y/o Glossotherium sp., feline, cánido (zorro Dusicyon sp.), roedores (Phyllotis sp. y Octodontidae), aves (Choephaga sp. y paseriformes), anuros (Bufo spinulosus sp.).

De acuerdo a los dates geocientíficos el clima en el evento Quereo I era alga similar al actual hasta alga más cálido y seco, configurándose alga parecido a un "oasis" donde se concentraron a abrevar las especies referidas. Se asume que estos cazadores tempranos, aplicaron técnicas de encierre y acorralamiento en el cañón de desagüe de la laguna, golpeando sobre el cráneo del caballo anegado. No obstante, se presumen ciertas prácticas de colecta vegetal, ya que junta a la zona de caza existía una comunidad arbórea no esclerófila, muy similar a la que actualmente es relictual en el lugar, a raíz de la identificación de troncos subfósiles de Palo Santo (Dayphillum excelsum).

Por otra parte, el diagrama polínico propuesto para Tagua Tagua se extiende entre 45,000 - 6,130 años a.P. Aquí se han identificado antes del Xl milenio a.P., partículas de carbón atribuidas a fogones paleoindios (Heusser, 1983). Aunque hay otras causas naturales como alternative del surgimiento de combustión, no debe descartarse la posibilidad de alguna actividad humana precursora, en un distrito altamente ocupado por fauna pleistocénica. Uno de los pick significativos de carbón ocurrió entre el XXX al XXI milenio a.P., en el rango del inter-estadial Laufen, donde precisamente ocurrió el evento Quereo I antes reseñado. A modo de hipótesis, esta concentración resulta sugerente porque los dates de Varela (1976) sobre reconstrucción climática advierte una subfase seca (intrapluvial), coincidente con el clima Laufen. Aquí ocurrieron temperatures más cálidas y secas que el actual (miembro 4 de la formación de Laguna de Tagua-Tagua). Este ambiente también fue adecuado para el desarrollo de un "oasis” de más larga perduración que el superior (episodio paleoindio Taqua-Tagua I), con alta restricción de recursos, favoreciendo eventualmente la concentración de fauna y hombres. Después de este lapso de “oasis" alga dilatado, el ambiente de la laguna vuelve a un clima muy frío y lluvioso, correlacionándose con la reconstitución de Heusser (op. cit.) . Sólo por el XI milenio a.P. hay un mejoramiento favorable para el episodio paleoindio neto (Tagua-Tagua I).

Se suma a lo anterior el hecho de que el registro polínico de Tagua-Tagua, durante ca. XXI al Xl milenio a.P. presenta un dilatado “silencio" de partículas de carbón, asociado a una sensible disminución de Chenopodiaceae-Amaranthaceae, cotejado en reversa con un incremento sustancial de Nothofagus-Compositae-Graminae (zone 2b 2a). Este patrón de correlación señala que durante esta etapa no existía un ambiente cálido/seco. Al contrario, aumentó la humedad, decreció la evaporación y bajó la temperature en relación al presente (Heusser, op. cit.). El lago cubría un alto nivel y prevalecían condiciones de mayor humedad, con lluvias que habrían activado más regionalmente el potencial de forraje, por lo cual la fauna y sus cazadores se habrían dispersado en una más amplia escala territorial. Esta situación es muy similar a lo ocurrido en la interfuse de Quereo I y II respectivamente (Núñez et al. 1983). La posible alta dispersión de actividades humanas explicaría tentativamente la ausencia de partículas de carbón en la columna polínica de Tagua-Tagua, sincrónico al déficit de restos faunísticos y culturales entre los niveles Quereo I y II. De hecho, la frecuencia de carbón (Heusser, 1983) se triplica cuando ocurre el clásico nivel Taqua-Tagua I, datado a los 11,300 a.P. (Montané, 1968).

Los sitios de matanza circunlacustres bien constituidos se encuentran precisamente en el Xl milenio a.P., tanto en Quereo como Tagua-Tagua. La fase Quereo II se corresponde con un reducido grupo de cazadores de megafauna que ocupó el borde de una laguna, junta al desagüe, donde abrevaban grandes herbivores y especies menores de depredadores: Mastodonte (Cuvieronius sp.), caballo (Equus sp.), ciervo de los pantanos (Antifer sp.), camélido (Lama sp.), Mylodon sp. y/o Glossotherium sp., cetáceo y aves (Anatidae), roedores (Phillotis sp.) y Octodontomys sp. y anuros (Bufonidae).

Despojos de animales cazados y carroñeros más los testimonios culturales conformaron este depósito, a 1.84 m bajo la superficie, en la porción superior del miembro 2 (Formación Quereo). En esta matriz de arenas pardas y plásticas se cazaron herbívores con bloques eventualmente lanzados desde los acantilados laterales. Un madero de este nivel se fechó en 11,100 ± 150 años a.P. Durante este episodio la laguna había dado lugar a un ambiente fluvial de poco caudal, con playas arenosas en los meandros, donde abatieron y destazaron a por lo menos dos caballos simultáneamente (Núñez et al. 1983).

El clima era menos frío y lluvioso que en la interfase estéril inferior, algo similar al actual, de modo que se reiteró, como en el nivel I, un régimen de aridez, contrayendo los recursos bióticos en un locus de "oasis", concentrando el registro faunístico y cultural. Cerca del lugar se localizó un bosque esclerófilo (evidencia polínica) compuesto de Lithraea, Escallonia, Maytenus, Azara, junta a indicadores palustres como Cyperaceae y Typha, de ambientes de vegas y pantanos (Villagrán, 1983). Una turbo dispuesta sobre este nivel II fue doblemente fechada a los 9,370 ± 180 años a.P., y hace improbable otra actividad paleoindia posterior durante el temprano holoceno.

Los cazadores destazaron en un piso arenoso impregnado de ague, con tecnología poco compleja, en un lugar donde el uso de puntas de proyectil no era tal vez necesario. Ocuparon litos cortantes obtenidos localmente, al tanto que de los huesos de los mismos animales destazados confeccionaron artefactos de uso ocasional (figura 3a). Es probable que la matanza de pocus animales fue suficiente con relación a bandas de baja densidad; por lo menos se ha constatado que estando el mar a algunos 200 m sólo se registraron dos conchas de moluscos (Concholepas sp.). La ausencia de ciertas presas de los animales cazados señalaría que estas fueron trasladadas a campamentos hasta ahora no identificados.

Las evidencias de actividad humana se observan en porciones óseas con cartes derivados del destace, huesos fracturados pre-fosilización, artefactos en huesos percutidos y pulimentados, bloques líticos junta a locis esqueletarios y litos laminares con huellas de desgaste. Aún no es posible asegurar, a pesar de la sincronía, similitudes de sitios y especies cazadas, las relaciones más específicas entre Quereo II y Tagua-Tagua I.

El sitio Tagua-Tagua se ubica en una rinconada cercana de la Cordillera de la Costa (valle del Cachapoal). A través del miembro 6 se identificó un paleosuelo a 2.67-2.35 m de la superficie, que contenía restos de fauna extinta asociada a unos 15 a 30 artefactos líticos diagnósticos, sin perturbaciones estratigráficas. Tres dataciones C14 sustentan este episodio: 11,380 ± 320; 11,320 ± 300; 11,000 ± 170 a.P., que registra un buen elenco de fauna extinta y moderna asociada a artefactos bien definidos: ciervo juvenil de los pantanos (Antifer sp.), mastodonte juvenil (Cuvieronius Humboldtii), caballo juvenil (Equus, sp.), culpeo (zorro), ranas, coipos, ratones, aves acuáticas (Leptodactilido, Calyptoce-Phalella (Caudiverbera) y peces (Montané, 1968, 1976; Casamiquela, 1976; Casamiquela et al. 1967).

El paleosuelo del destace estuvo sometido a condiciones subaéreas, cuando el lago se restringió hacia el centro de la cuenca, durante el dominio Alleröd (clima templado a cálido con escasas lluvias). En la playa lacustre-pantanosa (con inundaciones irregulares) ocurrió la caza y destazamiento de por lo menos mastodonte y caballo, cuyos despojos quedaron asociados a fauna depredadora. Los cazadores también golpearon con bloques el cráneo del proboscideo (ausencia de uso de puntas de proyectil), tal vez con tácticas previas de acorrolamiento con antorchas (Montané, 1976). El destazamiento fue in situ (hay huesos con cortes), llevándose ciertas presas hacia los campamentos emplazados en zonas más secas aún no ubicados. El material lítico es diagnóstico: cuchillos bifaciales presionados (use de obsidiana andina), lascas laminares bilaterales de borde alterno y raspadores de lascas con retoque unifacial similares a los usados en Cueva Fell (figura 3 a,b,c). Entre los artefactos ocasionales se destacan lascas monofaciales con huellas de uso, que fueron calentados (o sus núcleos), para facilitar el retoque a su desprendimiento. No faltan los toscos percutores y machacadores de granito local e implementos de hueso como punzones pulimentados y miembros de caballo usados corno retocadores y percutores, vinculados con el reafilamiento y biselamiento de los artefactos. Estos eran usados en el destace, ya que se constataron desechos derivados de percusión y presión in situ. La presencia de corpúsculos de carbón y huesos quemados habla a favor de la existencia de fogones cercanos.

Un fragmento basal de punta “cola de pescado" se ha registrado en el relleno de una tumba arcaica tardía, al parecer proveniente de sedimentos perturbados en Santa Inés cerca de un borde de la laguna de Tagua-Tagua (I. Cáceres, comunicación personal); por otro lado, un bifaz foliáceo proviene al parecer de las barrancas con fósiles expuestos desde el siglo pasado, el cual se exhibía en la colección arqueológica del Museo Histórico National. No obstante, hasta ahora esta clase de artefactos no se han localizado in situ en los depósitos pleistocénicos.

El clima era más cálido y poco lluvioso (Varela, 1976), con una cubierta vegetacional (evaluación polínica) compuesta de un sensible crecimiento de Chenopodiaceae-Amaranthaceae, que ratifican la vigencia de un ámbito cálido y seco, con intervalos de disecación y bajo nivel del lago (Heusser, 1983). Paralelamente se ha advertido una baja frecuencia o descenso de Nothofagus (arboleda que indica aumento de humedad), acorde a una baja presencia de Compositae y Graminae, por lo que se ha señalado que la evaporación aumentó a la por con la temperatura en relación a los valores actuales.

Es probable, en consecuencia, que los mastodontes tenían poca provisión de alimentos en relación al periodo anterior al Xl milenio a.P. Estos se concentraron en un espejo de agua más restringido, siguiendo al parecer el patrón de Quereo, es decir, un refugio como "oasis" que favoreció la intensificación de las matanzas. Heusser (1983) acepta que la presencia dominante de Chenopodiaceae-Amaranthaceae señala el dominio de un ambiente seco , adverso a las actividades paleoindias, disminuyéndose críticamente la presión demográfica. No obstante, en términos de concentración de caza la situación de "oasis”, en reversa, permitió una extraordinaria oportunidad para intensificar las actividades de matanza.

Adaptación Pampeana

La rica y estable cobertura vegetacional de la reglón pampeana de Argentina ha sostenido una densa fauna finipleistocénica donde recientemente se han identificado ocupaciones paleoindias. Algunos indicios leves fueron localizados en la laquna Las Encadenadas (sitio Flamencos II) en la Provincia de Buenos Aires, gracias a la asociación de Glyptodon sp., y un partidor burdo perteneciente a la edad Mamífero lujanense (Austral, 1987).

Por otra parte, en la estancia la Moderna (Provincia de Buenos Aires) se ha constatado una asociación de Deodicurus clavicaudatus, Sclerocalyptus, Glyptodon Milodontinae indet, con lascas atípicas crudas y una foliácea, con una fecha tardía alterada en colágeno de 6,550 ± 160 a.P. (Palanca et al. 1973). El utillaje se vincula con labores de cacería y faenamiento: corte de carne y raspado sobre madera (Politis y Olmos, 1986).

Sin embargo, una temprana ocupación ubicada al sur de la Provincia de Buenos Aires, en el sitio Arroyo Seco, parece presentar mejor este patrón adaptativo. Un elenco de fauna fósil pampeana se ha localizado junta a restos culturales específicos. Restos de caballo (Onohippidium / Hippidion) y megaterio (Megatherium americanum) presentan marcas de cortes y residuos de fauna moderna como camélidos, venados y avestruz, constituyeron la fuente básica de subsistencia. Hay registros de lascas toscas y otras más definidas como raederas dobles, cepillos de filo perimetral, lascas y láminas con retoques unifaciales y huellas de reuso (para raspar) e instrumentos de molienda (uso de cuarcita, calcedonia y basalto). Dos dataciones básicas algo tardías (colágeno) del orden de 8,390 ± 240 y 8,588 ± 316 a.P. podrían determinar un momento pleistocénico final a un post-glacial temprano.

Bajo el nivel del campamento referido se ubicaron catorce esqueletos humanos a nivel de enterramientos primaries, algunos con ofrendas de collares (cuentas de diente de cánido, de valvas de moluscos y placa de gliptodonte) y esferoide de boleadora. Incluye cuerpos infantiles en una matriz de ocre (componente I), cuyos análisis están en proceso (Politis, 1984; Politis et al. 1987).

Aunque en el sitio Cerro La China (Provincia de Buenos Aires) el registro de fauna pampeana se limita a armadillo extinto (Eutatus), las evidencias culturales son muy significativas. Se han localizado en su entorno canteras y talleres superficiales de cuarcita donde se reponían puntas fracturadas entre estas las llamadas "cola de pescado". En los aleros se identificaron depósitos con similares puntas tempranas, asociadas a raspadores, raederas, cuchillo bifacial, lascas y desechos de cuarcita y calcedonia. Dos dataciones consistentes fechan el, episodio a los 10,730 ± 150 y 10,790 ± 120 a.P. y lo vinculan con la colonización paleoindia de la región Patagónica (Flegenheimer, 1987).

En general, los sitios reseñados se vinculan con un proceso readaptativo pampeano, de fines del pleistoceno, aunque sus dataciones son aún poco consistentes, con un énfasis más bien secundario en la explotación de megatauna. Hay aquí encubierto un régimen transicional, durante el holoceno temprano, orientado a la explotación de fauna moderna, especialmente guanacos, dentro de un flujo de alta movilidad macro especial que integraba a diversas zonas ecológicas entre la costa y las elevaciones serranas (Politis, 1984).

Por ahora, no está claro el rol adaptativo del único sitio conocido en los Andes del centro de Argentina (cerca de San Rafael - Mendoza). La llamada Cueva del Indio del Rincón presenta cuatro fases. La más antigua o IV se asocia a Mylodon y Megatherio (afectados por fogones), por los 12,000 a 9,500 a.P. Una reducida ocupación humana interfirió ese refugio natural entre los 10,530 a 9,740 a.P., dejando lascas, un buril, un perforador denticulado, una raedera convergente, y huesos impactados, cuando existía una cubierta vegetacional de coníferas (Araucaria) y fagáceas (Nothofagus) que desaparecieron una vez iniciado el post-glacial (Lagiglia, 1981).

Adaptación a la Foresta Lluviosa

Recientemente se ha descrito un asentamiento paleoindio a unos 1,000 kms al sur de Tagua-Tagua, cerca de Puerto Montt, datado entre el XVI al XII milenio a.P. (Dillehay, 1986; Pino y Dillehay,1988; Collins y Dillehay,1986). Se trataría de un campamento con recintos rectangulares de troncos, fogones, braceros, biface, maderos modificados, recolecta de plantas no estacionales, caza de mastodonte y litos esferoidales modificados (figura 3d), localizados en un espacio de pantano y lecho de rodados naturales. Tal como se ha propuesto, sería un sitio único en America, con vestigios de actividades semisedentarias generalizadas de estabilidad anual y alta complejidad económica adaptada a la foresta lluviosa del sur de Chile. Su evaluación a la Iuz de las publicaciones ha generado opiniones optimistas (Bryan, 1986) y prudentes (Owen, 1984; Núñez, 1989; Lynch, 1988 y Casamiquela, comunicación personal).

Queda fuera de duda que la reconstrucción geológica, geomorfológica, paleontológica, paleobotánica y lítico-experimental son confiables, a pesar de la poca profundidad del yacimiento (ca.110 cms promedio). No obstante se ha dudado de ciertos componentes culturales y de su correcta datacion, en términos de su alta antigüedad, pareciendo más seguras las dataciones 11,790 ± 200 a 12,450 ± 150 a.P. (Lynch, este volumen). En relación a Monte Verde, se espera una publicación monográfica en proceso donde se esclarecerán aspectos fundamentales tales como: a) carácter cultural o natural de fogones y braceros y el efecto modificador de los sedimentos de apoyo, b) presencia o no de modificaciones en rodados estriados por causas culturales o naturales (v. gr. fricción glacial), c) tallado de maderos labrados o no por insectos locales (D. Jackson, comunicación personal), d) organización de recintos en zonas de desecho de bosque, arrastre de rodados y pantano. En suma, as propuestas de Diliehay han estimulado la búsqueda de mayor contrastación empírica a la par que han suscitado una auspiciosa discusión en torno a la edad y singularidad de un sitio distinto al resto de las evidencias de las Americas.

Un test posterior en un sector cercano al sitio reseñado, a 2 m de profundidad, presenta una leve ocupación con algunos posibles artefactos también únicos en las Americas, fechados en lentes "como fogones" por los 33,370 ± 530 a.P. (Pine y Dillehay, 1988; Dillehay y Collins, 1988).

Es probable que el posible campamento de Monte Verde sea el primero de otros que ocuparon regiones abiertas del bosque frío y lluvioso austral, emplazados en lugares poco hospitalarios durante algún interestadial más cálido, pero aún en un ambiente frío y húmedo dominante. Con seguridad que la "villa paleoindia" de Monte Verde ha motivado una sana discusión en torno a sus rasgos naturales y culturales con asociaciones estrictas o fortuitas. En este sentido ha estimulado mayores contrastes empíricos, válidos para someter a prueba los sitios "raros" de America del Sur.

Adaptación Subantártica

La ocupación paleoindia más austral de las Americas se ha localizado en el territorio estepario semiárido chileno-argentino, donde la vida fue posible bajo exigentes condiciones subantárticas. La restricción glacial dió lugar a ríos y cuencas lacustres, abriéndose puentes o rutas migratorias favorecidas por un nivel marino más bajo que el actual. El dominio de un clima cálido-seco asociado a la formación esteparia dió lugar a un óptimo forrajero, donde la caza de grandes herbívoros extintos y especies modernas, fue la principal fuente de subsistencia entre el pleistoceno y holoceno temprano.

El estadio regional de mayor antigüedad se ha datado en la cueva Los Toldos-nivel 11, con una datación temprana del orden de 12,600 ± 600 a.P. (Argentina, Patagonia extra-andina). Aquí se instaló una ocupación de cazadores readaptados a la estepa patagónica con influencia en una amplia escala geográfica (Cardich et al., 1987). Utilizaban grandes lascas con filos en diversos bordes y un singular tratamiento de retoque presionado unifacial, tanto para el corte de carne (seleccionada y trasladada de los lugares externos de destazamiento), pieles secas y frescas, y en menor frecuencia para el raspado de madera (ausencia de técnicas de enmangamiento). No se conocen puntas netas de proyectil; sólo se registran algunos fragmentos unifaciales, asociados a la caza de caballos (Parahipparion) y camélidos (Lama gracilis) entre las especies extintas, además de guanacos (Lama guanicoe) y roedores. Este episodio perduró aproximadamente hasta el Xl milenio a.P., y plasmó una modalidad tecnológica que favoreció el desarrollo posterior y más elaborado de las poblaciones llamadas Toldenses, aportando por ejemplo, el tratamiento unifacial, aunque después el retoque bifacial fue el más utilizado (Cardich, 1977); y el uso de grandes lascas advertidas en el comienzo de la ocupación de la cueva Fell (Bate, 1982; Bird, 1938).

El episodio Los Toldos se ha reiterado a 150 km al SEE., del sitio-tipo, en la cueva 7 del Ceibo, en cuya base se registraron componentes faunísticos, lítico y tecnológico tempranos, similares al nivel 11 de Los Toldos.

Durante esta época ya hay evidencias de alta complejidad ideológica a juzgar por la identificación en los Toldos y el Ceibo de pintura parietal policroma con escenas de caza de camélidos, negatives de manos, incluyendo en el Ceibo un jaguar gigante extinto (Panthera onca mesembrina). Fuera de dudas, se trata del arte paleoindio más pristino del cone sur de América (Cardich, 1979). Se sabe con certeza que hacia los 9,330 a.P. se preparaba una pasta especial para estos fines (Gradin, 1984).

Otros episodios Los Toldos se advierten como componentes sobrevivientes en la Cueva Grande del Arroyo Feo (cape 11) datado por los 9,330 ± 80 a.P., caracterizado por lascas grandes y nódulos tabulares con retoque unitacial; raederas laterales, raspadores frontales y laterales y cuchillos con filo natural (ausencia de puntas). Entre la fauna cazada se destaca un dominio de roedores consumidos (Lagidium sp.) sobre guanacos (Lama guanicoe) y ñandú, notándose la ausencia de fauna extinta (Silveira, 1979; Gradin, et al. 1987). Es probable que otra ocupación similar constituyó los primeros estratos del alero del Buho (Gradin et al. 1976).

Durante el XI milenio a.P., una corriente de cazadores del estadio Fell cubrió el extremo sur de Chile y Argentina, a travéz de varios refugios y paraderos homogéneos, perdurando hasta la disolución de los rasgos paleoindios. Uno de los artefactos más típicos de este estadio es la punta de proyectil llamado “cola de pescado", usadas aquí intensivamente, ya que incluso las volvían a reactivar (figura 3e). Se sugiere que este componente transitó desde el media pampeano al patagónico, donde se concentraron mejor los cazadores de este estadio, con preferencia quizás por la región magallánica, donde se usaron estas puntas desde el Xl al X milenio a.P., y algo después en el refugio del Pali Aike. Pero ya no se las encuentra cuando desaparecen del lugar los caballos nativos.

Sea cual fuera su origen, los cazadores del estadio Fell se establecieron en el sur de Argentina y alcanzaron la misma cueva-3 de Los Toldos (pisos 9 y 10) durante el Xl milenio. Su equipamento lítico presenta lascas con retoques paralelos y escamosos a través de puntas subtriangulares bifaciales (incluye una base pedunculada que recuerda el componente Fell), raederas dominantes, fines raspadores, cucchillos de hojas largas y una pieza discoidal alisada.

En esta cueva-3 de Los Toldos, a partir del Xl milenio a.P. se cocinaban preferentemente guanacos holocénicos. Trasladaban sólo los cuartos delanteros y traseros de los animales desde los lugares de destazamiento primario (Cardich et al., 1978; Cardich y Miotti, 1983).

Las labores de caza se orientaron a las presas de caballos nativos (Parahipparion), junta a camélidos extintos (Lama gracilis), guanacos (Lama guanicoe), martineta (Eudromia sp.), ñandú petizo (Rheidae/Pterochemis-pennata), ñandú de las pampas (Rhea americana), cánidos, roedores (Cavidae, sp.). Pero un régimen de relativa sequía afecto al lugar y fue abandonado por los 8,750 a.P., hasta que más tarde, en el VII milenio a.P., ingresaron otros cazadores del estadio Casapedrense, portadores de láminas en forma de hojas y boleadoras. Esta vez se dedican a la matanza de guanacos, quizás apoyados ya por perros (Canis familiaris).

Es evidente que existió un cierto nexo entre los episodios de Los Toldos y Fell, puesto que al margen de la eventual identidad de las puntas Fell, tanto los litos discoides pulidos, el tamaño de los raspadores y raederas, el consumo de animales similares, hoy extintos, junta a modernos como el guanaco, permiten entrever relaciones significativas. No obstante la falta de puntas netas "cola de pescado" en Los Toldos y la ausencia de arte parietal en Fell, señalan ciertas variaciones zonales elocuentes.

Se ha propuesto que ciertas ocupaciones posteriores del área derivaron del llamado nivel 11 de Los Toldos, tales como la capa 11 de la Cueva Grande Arroyo Feo, capa 7 del alero Cárdenas, capa 5 del alero del Buho, capa 7-b de la cueva la Martita (8,050 ± 90 - 7,940 ± 260). En tanto comparten tecnologías, formas y tradiciones localizadas al sur del río Deseado (norte de la Provincia de Santa Cruz), todas con atributos económicos y culturales post-paleoindio (Gradin et al., 1987).

Otra ocupación derivada de las poblaciones matrices preexistentes se ha reconocido en la Cueva de Las Manos (río Pinturas, NW. de la Provincia de Santa Cruz), también en la vertiente argentina. El nivel I (capa 6) se ha datado por los 9,320 ± 90 y 9,300 ± 90 a.P., asociado vellones de lana de guanaco, huesos con marcas de destace, huesos fracturados de Lama guanicoe, puma (Felis cf. concolor), zorro gris (Dusicyon cf. griseus), chinchillón (Lagidium sp.), ratón de campo (Cricetidae gen. et. sp. indet.), ñandú (Rheidae), gallareta (Fulica sp.), y caracoles de agua dulce (Chilina sp.), observándose la falta de fauna extinta (Mengoni y Silveira, 1976).

Entre los artefactos líticos se destacan: raederas laterales, raspadores de hocico y fronto-lateral, cuchillos de filo natural y escasas puntas pedunculadas bifaciales de bases convexas y retoque marginal unifacial dominante. El registro de pintura ocre y punzones óseos decorados señalan la complejidad cultural creciente. En efecto, el arte parietal muestra escenas naturalistas de caza tanto en relaciones individuales como colectivas, 10 a 12 cazadores asociados a 40-43 guanacos, o cercos de múltiples cazadores sobre un camélido, incluyendo el uso de bolas. Los diseños de negativos de manos los vincula con la matriz de Los Toldos (niveles 9-10).

En general, la ocupación de la cueva de Las Manos, como segmento del nivel cultural Río Pinturas I, se vincula con el periodo III de la secuencia Fell o Magallanes; estableciéndose conexiones entre ambas vertientes argentino-chilena.

En la vertiente andina chilene los cazadores del estadio Fell alojaron por supuesto en la cueva del mismo nombre, junta al río Chico, en Magallanes. En el fondo de este refugio se han datado sus vestigios paleoindios por el XI milenio, sellados por una lluvia de ceniza volcánica regional (10,720 ± 300 - 10,680 ± 160 a.P.). Aquí confeccionaron litos pulidos discoidales de uso ceremonial, pero los instrumentos más comunes eran las puntas "cola de pescado" asociadas en un case a una foliacea de base escotada (figura 4) además de raspadores, raederas, cuchillos, machacadores toscos, incluyendo fines punzones y retocadores de hueso.

En términos de fauna extinta se identificó milodon (Mylodon listai) y caballo (Parahipparion saldasi). Entre las especies modernas; guanaco, zorro, puma, aves, roedores, además de la recolección de huevos de avestruz, y ningún producto del litoral, a pesar de su relativa cercanía (Bird, 1938).

En Fell la ocupación posterior a este estadio (Periodo II) se ha datado en el IX milenio (9,100 ± 150 - 9,080 ± 230 a.P.), cuando ya los rasgos paleoindios clásicos habiín desaparecido, aunque algunos instrumentos tales como los raspadores persistieron en la secuencia. A partir de esta instancia, estos cazadores terrestres explotan especies modernas e inician prácticas alimentarias que combinaban recursos, integrando el mar en la esfera de sus labores domésticas. Se observan puntas de proyectiles y punzones facturados en hueso, además de múltiples lascas usadas.

El periodo III (8,480 ± 135 - 6,560 ± 110 a.P.) posee puntas triangulares pedunculadas, bolas de caza, vestigios dominantes de huesos de guanacos y enterramientos humanos dispuestos en una matriz de ocre. Por ahora no está claro si el periodo II de Bird (1938) está realmente representado en el sitio-tipo, puesto que no se le ha identificado posteriormente en el área (Emperaire et al., 1963; Bate, 1982; Borrero, 1989).

En su dispersión los cazadores tempranos del estadio Fell ocuparon una cueva en el cráter de Pali Aike, a 26 km del sitio-tipo (frontera chileno-argentina), donde quedaron residuos de huesos quemados de caballo y milodón, junto a fragmentos de una punta "cola de pescado" y artefacto discoide pulido, datado más tardiamente por el IX milenio a.P. Es probable que se iniciaran aquí las ceremonias funerarias vinculadas con la cremación de tres cuerpos humanos de ancestro paleoindio, dispuestos sobre una capa de ceniza volcánica fechada en el IX milenio a.P.

En el alero de Cerro Sota, cerca de Fell, se constató otro ceremonial de cremación, esta vez de siete cuerpos humanos, depositados cerca de algunos fragmentos de caballo, pero sin otros rasgos culturales, aunque no se sabe con exactitud cuando ocurrieron estos eventos.

Otro episodio paleoindio se ubica en la Cueva del Medio, con asociaciones estrictas entre fauna extinta y moderna: Hippidium sp., Mylodon listai, Lama sp., (guanaco y paleolama), cervidae y conchas de mytilus sp., pequeños mamíferos (Pseudalopex), junto a "cola de pescado" (Nami, 1987). Localizada en la región de Ultima Esperanza, cerca a la cueva del Milodón, la ocupación está datada por los 10,310 ± 70 y 9,595 ± 112 a.P. (muestras de carbón) y dos fechas sobre hueso calcinado de 10,550 ± 120 y 12,390 ± 180; asociadas a retocadores de hueso y puntas bifaciales "cola de pescado" del patrón Fell. Se presentan actividades generalizadas similares al episodio Fell temprano: reavivado de filos, colección de materias primas locales, destazamiento fuera del alero, contactos con el litoral, selección de huesos para instrumentos como subproductos de caza, trabajos sobre cuero, uso ceremonial de ocre y el depósito de huesos astillados.

Se ha planteado que en sus labores, como Fell I, no desgastaban tanta energía en la facturación de artefactos líticos, pero el modelo tecnológico de las puntas "cola de pescado" es bien controlado y parece provenir del pasaje migratorio por la Provincia de Buenos Aires (Nami, 1987).

Se acepta que en la cueva del Milodón, situada en la margen oriental del seno de Ultima Esperanza, aún permanecían durante el estadio Fell temprano los perezosos gigantes. Aunque el lugar es poco hospitalario se han identificado huesos de milodón marcados por el destazamiento. Así es muy probable que aunque el milodón pudo explotarse durante la edad Holocénica temprana, ya fue consumido por los paleoindios australes a fines del pleistoceno, a raíz de eventuales actividades limitadas y generalizadas (Borrero, 1986).

A la misma latitud aproximada de cueva Milodón, pero en la vertiente argentina, se ha identificado en la cueva de las Buitreras (río Gallegos). vestigios de milodón juvenil en los niveles VIII-VII, evento calculado a los 10,000 a.P., o algo antes (Borrero, 1989; Caviglia et al., 1986).

Los miembros de megafauna y guanaco presentan cortes y raspados asociados a artefactos líticos poco diagnósticos: lascas de basalto y silice modificados con retoque y filos naturales con desgaste; incluye un instrumento de uso múltiple (raedera-raspador), y huesos partidos con huellas de uso. La ocupación de baja densidad se depositó antes del sello volcánico o Tefra I (nivel VI) por el IX milenio a.P., se afilia a actividades de caza no especializada, es decir, dentro de una estrategia predarora y generalizada hasta ahora sin puntas de proyectiles, pero su ausencia podría ser accidental en esta clase de sitio.

Otra corriente de estos cazadores de la vertiente chilena alcanzó por esta época hasta la isla Grande de Tierra del Fuego, ocupando el alero rocoso de Marazzi, que protegió a un grupo de economía terrestre, a pesar de emplearse junto al litoral, de donde sólo se proveían de bienes complementarios. Usaban lascas afiladas, puntas bifaciales, boleadoras, percutores y artefactos de rodados, datados a los 9,590 ± 210 a.P. (Laming-Emperaire et al., 1972). No cazaron megafauna aún cuando hay una turbera cercana con fósiles eventualmente relacionados, per sin artefactos específicos. El ingreso a la isla ocurrió a través de "puentes" terrestres o relieves alzados por efecto de los avances glaciales.

En este sentido, se ha localizado recientemente en el alero Tres Arroyos (10 km al SW de San Sebastián) a 20 km de la costa atlántica, junto a la frontera argentina, un depósito que contiene en la base componentes paleoindios netos (Massone, 1987). Siguiendo las rutas referidas, antes de la apertura del estrecho de Magallanes, arribaron aquí grupos de baja densidad, cuando los hielos pleistocénicos se habían retraído y la estepa se expandió bajo un ambiente más benigno (inicio del hipsithermal). Se trata de una ocupación bajo un alero, localizada en torno a fogones con desechos líticos, artefactos óseos con marcas de corte, huesos calcinados y un elenco de fauna extinta y moderna: Hippidum sp., Lama sp., Canis (Dysicyon) avus, mylodon, variedades de aves y conchas de caracol marino (Mengoni, 1987).

De acuerdo al registro lítico se ha constatado un fragmento basal pedunculado que recuerda al patrón "cola de pescado", raspadores, raederas y cuchillos, con aplicación de técnicas de reducción bifacial, vinculados con el Periodo I del estadio Fell-Pali Aike y Cueva del Medio, en Ultima Esperanza (Massone, 1987; Nami, 1987).

La ocupación de Tres Arroyos, la más austral del hemisferio, se ha datado a los 10,280 ± 110 y 10,420 ± 100 a.P., asociada a labores de cocina, reactivación de filos desgastados y reemplazo de artefactos fracturados, actividades propias de los aleros (Jackson, 1987). Este episodio ocurrió cuando la lluvia de ceniza volcánica Fuego-patagónica sofocó el área, inter-cálandose entre el piso ocupacional.

Finalmente, algo más retirado del locus Toldense, en la Patagonia Septentrional, se ha ubicado la cueva Cuyin Manzano, con una capa antigua (c), datada a comienzos del X milenio a.P. (Ceballos, 1982). Se trata de una ocupación orientada a la caza dominante de roedores (Ctenomys) y guanacos, asociada a artefactos líticos unifaciales: raederas, cuchillos, lascas la minares cortantes, raspadores terminales sobre lascas de borde discoidal, raspadores de hocico lateral, y carencia accidental de puntas de proyectiles. Su filiación a la matriz paleoindia regional puede ser sugerida, en especial con el fenómeno Toldense.

Cerca del sitio anterior, en el río Traful, bajo el alero Traful I, se ha identificado una ocupación transitoria y efímera con fogones, lascas usadas, desecho de lascas ocre y fauna moderna menor. La presencia de Mylodon no logró constatarse con seguridad junto a los vestigios ceremoniales y culturales (Crivelli Montero et al. 1982). Su datación del orden de los 9,430 ± 230 a.P. señala un comienzo de ocupación, tal vez como extensión septentrional del patrón Toldense.

Esta región norpatagónica, pareciera ser un pasaje de "interregno" o transicional, con ocupaciones holocénicas tempranas que persisten en el sitio Casa de Piedra (río Colorado), por los 8,620 ± 190 a.P. (Gradin, 1984). La presencia desde comienzo de ocupación de bifaces y choppers (núcleos y lascas modificadas), junto a fogones, reparo de postes y uso de puntas foliáceas e implementos de molienda, hablan a favor, en reversa de los sitios anteriores, del arribo de ciertos componentes andinos (Intihuasi ?), distribuidos al sur, tras la caza de gaunacos y ñandú, por grupos desplazados desde a costa del río Colorado.

No están claras aún las causas de la disolución del medio de vida cazador de naturaleza paleoindio en el cono sur de América. Se ha planteado que la extinción de la megafauna en los lagos del centro de Chile ocurrió por causas naturales y humanas vinculadas entre sí. En efecto los análisis polínicos demuestran que disminuyó el bosque y se incrementó un régimen de mayor aridez. Se afectó en consecuencia la dieta de mastodontes y caballos. Con certeza, entre el XI y X milenio a.P. ya no habían grandes presas para los cazadores especializados en cacerías intensivas, en torno a locis restringidos con recursos forrajeros y acuáticos, estimulados por el dominio semiárido en el centro y centro-norte de Chile (Simonetti, 1984, Nuñez, 1989).

Durante el comienzo del post-glacial tanto la fauna pleistocénica como sus consumidores se orientaron hacia las regiones australes, donde las condiciones "pleistocénicas" se habían desfasado en relación al territorio central. Se sabe que tanto milodon (M. darwini) y caballo (Parahipparion) eran comunes durante el pleistoceno austral y fueron cazados a lo menos desde el XII-XI milenio a.P. En el caso del milodon, estos sobrevivieron al paracer hasta el VI milenio a.P., bajo escasas posibilidades de resistencia (Saxon, 1979; Salmi, 1955; Borrero, 1986). El tiempo crítico del inicio de la extinción de la megafauna austral se ha identificado en relación a la contaminación volcánica regional del agua de abrevaje y forraje, paralelo principalmente a los cambios de la cubierta vegetacional de la región Fuego-Patagónica (Markgraf, 1985a). Se trata de una sensible reducción a gran escala de la formación de estepa fría (gramíneas y herbáceas), por el X milenio a.P., tiempo que tanto los cazadores como el cambio vegetacional y ambiental afectó el dominio de los grandes herbívoros. El avance de la estepa árida y matorral desértico, por el X al IX milenio a.P., configuró el tránsito post-glacial hacia la vegetación moderna (incremento de temperatura y menos precipitaciones). En este reajuste adaptativo ganaron los camélidos (Lama guanicoe), herbívoros menos especializados en el forrajeo, los que dominaron el medio y sustentaron la subsistencia de la población paleoindia tardía y su derivación durante el post-glacial. Algo similar ocurrió en los andes del norte chileno, durante el temprano post-glacial, cuando se inicio el dominio de los camélidos (XI milenio a.P.), pero esta vez bajo la presión de cazadores de naturaleza arcaica, en un tiempo más temprano en relación a los eventos australes.

CAZADORES-RECOLECTORES HOLOCÉNICOS

Se han identificado en el cono sur americano distintas adaptaciones regionales tempranas en ambientes contrastados entre el océano Pacífico, los Andes, y la vertiente oriental entre los 11,000-9,000 a.P., derivadas tal vez de tradiciones paleoindias de finales del pleistoceno no bien detectados.

Los datos que se describen, provienen de 12 cuevas, aleros y campamentos distribuidos en las vertientes chileno-argentina, con indicadores variables en términos de procesos culturales y adaptativos localizados a lo largo de los 18-33olat. sur.

Consideraciones medioambientales

El territorio en su larga y estrecha elongación, ubicado entre dos océanos, se eleva en la región andina, constituyendo en su perfil altitudinal diversos pisos ecológicos que han acondicionado distintos patrones culturales y adaptativos. Esta gradiante cambia en su sentido latitudinal componiendo otras variaciones regionales que graduan desde un régimen de aridez a uno semiárido, y de la cubierta fértil central a la estepa semiárica austral.

Durante el holoceno temprano las condiciones húmedas y frías habrían cambiado hacia eventos más secos y cálidos observándose el inicio de climas con marcada estacionalidad, lo que sumado a posibles aumentos demográficos, habría motivado procesos regionales adaptativos, con uso más intensivo de recursos complementarios jalonados en regiones de pisos ecológicos contrastados. Además, ocurrieron importantes modificaciones paleogeográficas de carácter post-glacial: exposición de territorios, colapsos volcánicos, transgresiones y regresiones de los niveles marinos, movimientos tectónicos, etc. Sin embargo, la escasez de reconstituciones paleoambientales no hace visible la regionalidad de los fenómenos de variedad climática y disposición de recursos subactuales.

Aunque los cambios climáticos post-glaciales no fueron uniformes a través de las diferentes latitudes, el límite Pleistoceno-Holoceno se ha datado en 9,590 a.P., en un perfil polínico de Chiloé por los 42o lat. sur (Villagrán, 1985), mientras que otro similar se ha establecido por los 15o lat. sur, en una columna palinológica de Bolivia (Graf, 1981, 1987). Estos límites encubren desfases temporales en un sentido latitudinal (Markgraf, 1983, 1985). En el NW argentino (Puna de Jujuy) las condiciones del fin del pleistoceno perduraron hasta el XII milenio a.P., mientras que efectivamente, tanto en la vertiente occidental y oriental del levantamiento puneño las condiciones modernas ya están presentes hacia el XI milenio a.P. No obstante, en el extremo austral ciertas condiciones pleistocénicas permanecieron hasta el VII a.P., incluyendo la pervivencia de megafauna y estilos no-arcaicos de desarrollo.

Ocupaciones holocénicas tempranas

Las ocupaciones correspondientes al Holoceno temprano son más comunes que las propiamente paleoindias. Usualmente presentan baja densidad demográfica en el interior de cuevas y aleros rocosos, localizados en las tierras altas, lo que parece corresponder a ocupaciones efímeras o de corta duración, si se compara con la densidad de los depósitos de épocas más tardías. Pero, son más densas en campamentos semipermanentes o expuestos, ubicados en las tierras medias y bajas. La adaptación de cazadores-recolectores desde el Holoceno temprano usualmente se identifica con el periodo arcaico. Este es un concepto operacional que incluye atributos algo similares a los recurrentes en Norteamérica (Willey, 1966), con modalidades regionales sudamericanas (Lynch, 1974, Núñez, 1983).

El proceso de experimentación de producción de alimentos (v. gr. cultivos y domesticación de camélidos), condujo a la sociedad de los territorios áridos y semiáridos sudamericanos hacia formas más complejas de vida, las que reemplazaron en épocas holocénicas tardías el tradicional y exclusivo patrón de subsistencia de caza y recolección. En contraste, el periodo arcaico en Norteamérica persistió regionalmente, a través de una larga tradición que se extendió hasta épocas históricas, basado en una economia de caza y recolección. Una situación combinada algo similar en términos de persistencia ocurrió con las comunidades étnicas del territorio fértil del centro de Chile, pero en la estepa semiárida austral, las prácticas dominantes de caza y pesca pervivieron hasta tiempos históricos, al margen de domesticación y recolección significativa.

Se admite que ciertas ocupaciones andinas del Holoceno temprano habrían subsistido bajo regímenes de caza y recolección, sin indicadores arcaicos (v. gr: plantas cultivadas e implementos de molienda). Como se carece de datos exclarecedores de la naturaleza de eventuales desarrollos diferenciados y de la dirección que tuvieron estos procesos desde épocas post-pleistocénicas tempranas, el carácter arcaico no es atributo generalizado entre estas tempranas ocupaciones. En tanto, cuando esto ocurre se aplica la denominación operacional de cazadores-recolectores holocénicos tempranos, adaptados a condiciones ecológicas modernas con connotaciones regionales y tradicionales diferenciadas.

En relación al patrón adaptativo se distinguen de la tradición paleoindio, en cuanto ocurren bajo condiciones post-pleistocénicas, carecen de fauna extinta y emergen con atributos artefactuales innovadores.

A continuación se ordenarán los sitios cronometrados con depósitos específicos y su articulación a patrones generales de explotación de recursos en medioambientes que por razones de espacio no serán detallados (Santoro y Núñez, 1987).

Adaptación andina

El inicio del proceso de adaptación a las tierras altas se ha constatado en el norte chileno y noroeste argentino, en leves ocupaciones localizadas en cuevas y aleros entre los 11,000-8,000 a.P. Se han definido dos patrones regionales adaptativos, tanto en la puna seca como en la salada (Troll, 1958; Santoro y Núñez, 1987; Núñez y Santoro, 1988).

En efecto, de la puna seca provienen tres refugios excavados, localizados en praderas precordilleranas como el sitio Patapatane y en sectores de bofedales en el piso de la alta puna documentado en los sitios Las Cuevas y Hakenasa en los andes ariqueños (Santoro, 1989).

Los perfiles estratigráficos incluyen delgados lentes de carbón y cenizas, con una baja concentración de huesos y artefactos líticos diagnósticos ubicados en la base de los depósitos. En algunos casos las áreas de actividades internas fueron mejoradas a través del socavamiento y alineación de rocas periféricas para producir un espacio más confortable. En general, los sitios muestran el empleo de recursos locales como así también el traslado de bienes exóticos como ciertas conchas del Pacifico (Choromytilus), pigmentos de color rojo y obsidiana andina.

Los artefactos líticos más representativos son las puntas triangulares con y sin pedúnculos que recuerdan formas diagnósticas de la tradición precerámica temprana de los Andes centrales (Rick, 1980, figura 5-a,b). Otro componente agrupa a las puntas triangulares correspondientes a modelos romboidales de pedúnculo ancho y pequeñas barbas, datadas en conjunto entre los ca 9,500 a 8,000 a.P. (Santoro y Núñez, 1987; figura 5-c,d).

En esta temprana tradición cazadora de la puna seca la típica forma lanceolada o foliácea, doble punta y bases redondeadas marca otro complejo de puntas romboidales y triangulares (figura 5-e,f,g). En general, estas industrias aparecen asociadas con perforadores de dorso alto y perforadores semicirculares de dorso más bajo. Aunque los artefactos de hueso son escasos incluyen retocadores y punzones; mientras que los implementos de molienda estuvieron completamente ausentes. La reducción lítica es bifacial y monofacial a base de técnicas de percusión y presión. En algunos casos se han recuperado artefactos burdos que similan los atributos del horizonte "pre-projectile point" (Krieger, 1964), pero que más bien se afilian a preformas de artefactos desechados o en proceso de terminación. Es decir, en todos los sitios se registran desechos de percusión y presión derivados del tratamiento de preformas trasladadas de talleres y canteras distantes de los sitios de vivienda.

El análisis preliminar de las colecciones óseas del sitio Patapatane, junto a los localizados en la puna salada: Tuina, San Lorenzo y Chulqui, identifican un consumo dominante de camélidos complementado de vizcacha (Lagidium viscacia), chinchilla (L. Chinchilla), roedores y aves (Dennis y Wheeler, 1988; Núñez, 1983; Aldunate et al., 1986).

En la puna salada (subárea circumpuneña de Atacama) se han registrado sitios de cazadores holocénicos tempranos, representados en Tuina, Chulqui y San Lorenzo, datados en el IX y XI milenio a.P. (Núñez, 1983; Sinclaire, 1985). Entre el caso de Tuina (alero cerca de Calama) los artefactos líticos más diagnósticos son: raspadores pesados de dorso alto, puntas triangulares y yunques planos, asociados a fogones y restos de fauna moderna: camélidos y roedores dispuestos sobre un piso socavado datado entre los 10,820 ± 630 a 9,080 ± 130 a.P. (figura 5-h). En general, estos componentes similan los registros de los sitios trasandinos como Inca Cueva-4 y Huachichocana (Aschero, 1979,1984; Fernández Distel, 1974), en donde las puntas triangulares son frecuentes, asociadas en el caso de Inca Cueva-4 a fauna moderna de roedores dominantes (Lagidium sp. y Chinchilla sp.), Artiodactyla y Cervidae entre las especies más frecuentes en el mismo orden, datado a los 9,230 ± 70 a.P. Del sitio Inca Cueva-1 se conocen vestigios craneanos dolicoides, importantes en tanto son pocas las evidencias biológicas conocidas de estos primeros poblamientos. Algunas ofrendas funerarias (IC-4) señalan el uso de dardos decorados geométricamente (uso de propulsores), cordeleria, adornos de plumas, etcétera.

Ciertamente, en la puna de Jujuy el refugio de Inca Cueva representa posibles intentos de domesticación de camélidos (fibras), con pozos de almacenamientos eventuales como inicios de estrategias de reserva de alimentos. Las actividades interiores se vinculan con preparación de pieles de camélidos y ciervo, confección de bolsas, tientos, con cueros trasladados de los lugares de destazamiento en cuanto los desechos de huesos son escasos. La dieta se fundamentó principalmente de roedores (Chinchillidae) y vegetales comestibles (Hypsocharis tridentata), con desplazamientos intercambiables de amplia cobertura (Aschero, 1984).

Es muy probable que la extensión espacial de sitios como Tuina, Inca Cueva y Huachichocana, sea mayor de lo esperado. La Cueva de Yavi, localizada por la frontera argentino-boliviana, posee similares componentes triangulares datados por la mitad del X milenio a.P., según los estudios de Krapovickas (citado por Schobinger, 1988).

En el alero de Huachichocana (9,620 ± 130, 8,670 ± 550, 8,930 ± 500 a.P.), hay un registro más consistente de camélidos neonatos, nonatos y juveniles (asociado a puntas triangulares y lanceoladas), involucrados tal vez con etapas experimentales de domesticación, situación que ha suscitado discusiones y nuevos análisis en curso en otros sitios tempranos trasandinos (Aguerre et al., 1975).

En la vertiente occidental de la Puna de Atacama los sitios antes referidos no presentan por ahora vestigios vegetales económicos. Pero en la vertiente sitios como Huachichocana han sugerido la presencia de calabaza (Lagenaria), porotos (Phaseolus sp.) y ají (Capsicum sp.), tal vez recolectados en estado silvestre o por labores hortícolas tempranas, aunque el registro de maíz parece haber sido definitivamente invalidado (Yacobaccio, 1986).

Tal parece que la complejidad creciente de estos grupos arcaicos tempranos se advierte en los diseños geométricos del arte rupestre, como el caso de Inca Cueva, a base de temas lineales y puntiformes (rojo y negro) y ofrendas funerarias muy sofisticadas (Aschero, 1984).

Se ha sugerido que estas ocupaciones holocénicas tempranas habrían controlado ciertos circuitos de movilidad trashumántica para acceder a diversos recursos explotados entre las tierras altas y sus respectivos bordes complementarios (v. gr. maderas duras en Inca Cueva y plumas de aves tropicales en Huachichocana). En este sentido las propuestas de Núñez (1983), Yacobaccio (1986), además Santoro y Núñez (1987) y de Núñez y Santoro (1988), han sugerido un patrón de movilidad trashumántico dentro de un régimen de adaptación regional, con ocupaciones concentradas en áreas bien localizadas, tales como las punas de Arica, de Atacama y Jujuy entre el norte de Chile y noroeste argentino respectivamente.

Sin embargo, cada región reúne distintos atributos ecológicos y culturales que pudieron influir en sus patrones de asentamientos y en las decisiones en términos cinegéticos, opciones por ciertos pisos ecológicos explotados, como así también los territorios electos in extenso. En términos de diversidad, en la puna seca ariqueña se observa un perfil continuo de recursos que se jalonan desde la costa hasta la alta puna. Sin embargo, la economía de los tempranos cazadores holocénicos muestran en primer lugar una marcada preferencia por actividades de caza, en desmedro de uso de los escasos resursos de recolección que se consumen en épocas más tardías. De esta manera, los sitios se ubican preferentemente en praderas cercanas a lagos pleistocénicos, en el piso de la alta puna, mientras que en el ecotono de precordillera, donde no existe este tipo de ambientes, se prefirieron pampas o estepas cubiertas de pastizales y arbustos muy favorables para la caza de camélidos, roedores y aves. Se ha propuesto que detrás de esta selección se configuró un tipo de técnica de caza que pudo incluir prácticas colectivas de acorralamiento de animales. En cuanto a la complejidad social, aunque no hay expresiones de arte rupestre bien definidas, a pesar de las dudosas propuestas para Toquepala (Sur de Perú), la presencia de pigmentos de colores (óxidos de fierro) señalarían mayor sofisticación cultural de estos tempranos cazadores arcaicos que pudieron expresarse a través de actividades funerarias y arte rupestre que no ha sido constatado. Esta complejidad creciente podría entroncar con posibles actividades ceremoniales complejas interpretadas en el sitio Asana del sur peruano (ca. 8,000 a.P.), en proceso de estudio (Aldenderfer, 1988).

La ausencia de una marcada estacionalidad, como ocurre en la puna seca, tampoco constituyó un límite importante en la determinación de los circuitos de movilidad, puesto que a pesar de que las ocupaciones fueron aquí más estables, a notable altitud, se explotaron los ecotonos entre los 3,000 a 4,000 m. Esta estrategia adaptativa es propia de la temprana adaptación de caza andina, que adquiere características regionales en los espacios correspondientes a la puna seca del extremo sur de Perú y extremo norte de Chile.

Sin embargo, en la puna salada, la estacionalidad fue más acentuada, dando lugar a más movilidad trashumántica cazadora, con mayor apropiación de recursos vegetales, si se compara con el patrón de la puna seca ariqueña, pero de escasa proporción en relación a la vertiente trasandina, donde hay mayor acopio de recolección y probable horticultura, incluyendo el flujo de bienes de la vertiente oriental selvática.

En términos de movilidad debe recordarse que desde el Holoceno temprano los cazadores andinos efectuaron movimientos de larga distancia que incluían el Pacífico. Sin embargo, la ausencia de campamentos y refugios bien establecidos, como los observados en las tierras altas, permite sugerir que este acercamiento no tuvo por objeto una explotación intensiva de sus recursos. Por el contrario, sólo existió una particular selección de materias primas, como las conchas de Choromytilus. De ser correcto el desfase más tardío de las primeras ocupaciones del litoral, las migraciones andinas, eventualmente orientadas hacia las tierras bajas, sucedieron al final de estos episodios, cuando se populariza el uso de los artefactos foliáceos e implementos de molienda.

Una de las ocupaciones propiamente arcaicas de la puna salada, que parecen derivar de la fase Tuina (Núñez y Santoro, 1988), a raíz de sus componentes triangulares, lo son múltiples campamentos expuestos, mejor representados en el sitio Tambillo, en la vertiente occidental de la Puna de Atacama. Se trata de una densa aglomeración de campamentos estratificados con recintos de pisos socavados, fogones, desechos óseos y una nutrida industria lítica bifacial, finos perforadores y puntas triangulares de obsidiana, raspadores discoidales chatos y de uña, ganchos de hueso (propulsores) e implementos de molienda (morteros de hueco cónico). Este conjunto se ha datado a los 8,590 ± 130 a.P., y representa una adecuada adaptación a los recursos de vegas y lagunetas del Salar de Atacama, con una alta explotación de fauna moderna tanto de camélidos como de cholulos (Ctenomys fulvus).

Se ha constatado un flujo trashumántico del estadio Tambillo hacia las quebradas intermedias y alta puna, a raíz de la identificación en quebrada Tulán de depósitos bajo roca con similares componentes líticos triangulares y dataciones sincrónicas. Otro flujo se ha localizado en el alero de Toconce con similares atributos (Aldunate et al., 1986). Asociado al campamento fechado se ha registrado un pequeño cementerio con cuerpos semi-flectados de cráneos dolicoides, con ofrendas de morteros de hueco cónico.

Mientras la continua yuxtaposición de recursos pudo haber facilitado un patrón de asentamiento macroregional más estable en la puna seca, la situación es distinta en la puna salada donde se conjugan tres factores ecológicos que habrían influido en el desarrollo de la distribución de patrones de asentamiento más diferenciados. Los ambientes asociados a la puna salada se caracterizan por la ausencia de oasis costeros, reemplazados más bien por una costa hiperárida. Su ubicación fuera de la zona tropical propiamente tal, a pesar que se ubica inmediatamente al sur del trópico Capricornio, determina la existencia de una marcada estacionalidad en la provisión de recursos, a través de pisos ecológicos más contrastados, agravado por un invierno muy frío en los pisos más altos, lo que presiona la migración anual de hombres y animales hacia pisos más bajos. En consideración a la ausencia de una continuidad de recursos de subsistencia entre la costa y la alta puna, agregado al fenómeno de marcada estacionalidad, el desarrollo de patrones adaptativos microregionales debieron tener mejores posibilidades para la explotación de recursos complementarios, pero concentrados estacionalmente en localidades restringidas como los oasis del Loa y de la puna de Atacama, cañones precordilleranos y alta puna. En suma, en la puna salada las ocupaciones arcaicas del Holoceno temprano no presentan una relación clara con la costa, pero los movimientos estacionales ocurrieron más regularmente hacia la alta puna para la obtención de obsidiana y recursos de caza. Este patrón de adaptación estacional microregional sobrevive aún hoy día través de las prácticas pastoralistas.

Adaptación marítima

Se ha planteado que en el Pacífico las ocupaciones más tempranas son a lo menos uno a dos milenios más tardías que el primer poblamiento holocénico andino, tal vez vinculadas con migraciones que procedían de las tierras altas, si es que los sitios costeros más tempranos están modificados o yacen en costas altas no prospectadas. En efecto, hay sitios bien documentados en las tierras altas, desde el comienzo del XI milenio a.P., mientras que en la costa no hay ocupaciones en esta época, con la excepción de las dataciones tempranas de Ring Site obtenidas de conchas (Richardson, 1987). Sólo durante el X milenio a.P., en el litoral nortino se observan dos patrones adaptativos diferentes. En la costa desértica de Atacama se ha localizado el componente Conchas-Huentelauquén datado a los 9,680 ± 160 a.P., asociado a litos poligonales (figura 5-i) y peces tropicales (Llagostera, 1979), derivados de un flujo arcaico costeño localizado en la costa centro-norte de Chile (Iribarren, 1962).

Por otro lado, un segundo patrón adaptativo se localiza en los valles costeños más fértiles, como el oasis de Tiliviche, donde el transporte de los recursos marítimos complementó a los locales. Se trata de un campamento expuesto con recintos semicirculares socavados y postes para coberturas livianas de uso intermitente y semipermanente. Aquí se concentraban y procesaban materias primas locales como fibras vegetales y mateerial lítico. El sitio es denso con montículos leves de desperdicios costeños y abundante desecho de talla, datado a partir de los 9,760 ± 365 a.P., asociado a puntas foliáceas (figura 5-j,k), implementos de molienda y anzuelos de concha, conectados con el litoral de Pisagua y Camarones (Núñez y Moragas, 1978).

Hasta ahora no existen relaciones entre los episodios Las Conchas y Tiliviche a pesar de su evidente sincronía. En el primer patrón adaptativo las estrategias de caza y recolección incluyen la explotación de mariscos y caza de mamíferos marinos. La identificación de peces de aguas cálidas, hoy inexistentes en la costa de Antofagasta, han sugerido un periodo altitermal durante el Holoceno temprano en ese segmento de la costa de Chile, eventualmente vinculado a los efectos de un avance meridional de características parecidas a la Corriente del Nino (Llagostera, 1979; Núñez, 1983). Esta ocupación, netamente costera, independiente de valles costeros, representa un episodio holocénico temprano único, que no ha sido reportado con la misma antigüedad en otros segmentos de la costa sudamericana.

Adaptación semiárida occidental

Pichasca es el único alero bien documentado de cazadores-recolectores del Holoceno temprano, adaptado a la explotación de recursos en quebradas intermedias del territorio semiárico occidental o centro-norte de Chile, datado a partir de los 9,890 ± 80 a.P. (Ampuero y Rivera, 1971). La presencia de moluscos costeños sugiere constantes movimientos hacia la costa ubicada a unos 80 km. El área presenta actualmente una productividad estacional diferendiada, fenómeno que pudo iniciarse a comienzos del Holoceno. Esto explicaría la ubicación intermedia del sitio con el objeto de articular los ecotonos vegetales más estables o locales con aquellos costeños y andinos respectivamente.

A diferencia de lo que ocurre con los campamentos andinos la ocupación de la cueva de Pichasca demuestra una mayor diversidad de actividades a juzgar por la variedad de artefactos y restos de plantas y animales. Desde la costa no sólo se trasladaron recursos de subsistencia sino tambión materiales exóticos como las conchas de Choromytilus, que aparecen retocadas o con huellas de pulidos por uso relacionados a objetos de status.

Se advierte una variedad de recursos locales de subsistencia entre los que se incluyen guanacos, roedores y aves, favorecidos por una vegetación de estepa semiárida. La presencia de manos y restos de porotos (Phaseolus sp.) muestra un importante aporte de plantas de recolección y posible horticultura (Ampuero y Rivera, 1971). Diversas clases de artefactos fueron confeccionados para estas actividades, cuyas formas vagamente recuerdan los artefactos triangulares andinos. Las puntas más comunes corresponden a hojas triangulares largas bifaciales, de base cóncava o base recta (figura 5-l,m) y puntas de base cóncava con barbas laterales. Menos comunes fueron las hojas triangulares netas de bases rectas, redondeadas y cóncavas. Se asocian a estos artefactos las formas pequeñas y grandes de raspadores discoidales de dorso alto y circulares pequeños.

La presencia de retocadores de hueso y abundantes desechos líticos al interior de la cueva demuestran un importante trabajo de reducción de artefactos. Esto fue realizado junto con otras actividades domésticas que incluyen a algunas artesanías realizadas con fibras vegetales y de animales con técnicas de anudado, torcido y trenzado, para preparar prendas de vestir y otros usos.

En consideración a los datos arqueológicos y a la estacionalidad del medio ambiente, se ha sugerido un patrón de asentamiento estacional macroregional de alta movilidad (Ampuero y Rivera, 1971; Ampuero e Hidalgo, 1975). Se trata de un patrón adaptativo a un régimen semiárido que configuró una tradición de caza y recolección subandina caracterizada por prácticas de caza no selectiva, complementada con una intensiva recolección de plantas y mariscos, con opciones a recursos distintos a los patrones andinos o más septentionales.

En el territorio fértil central de Chile (Valle longitudinal) aún no se han documentado sitios correspondientes al Holoceno temprano. Es probable que esto se debe a la falta de pesquisas arqueológicas más intensivas, puesto que habían existido condiciones ecológicas suficientes para una temprana adaptación de cazadores recolectores (v. gr. cuencas lacustres). Se puede asumir que los episodios arcaicos de Cuchipuy (VI milenio a.P.) podrían derivar de ancestros holocénicos más tempranos no registrados hasta ahora (Kaltwasser et al., 1983).

En el territorio estepario-austral las ocupaciones de finales del Pleistoceno y de comienzos del Holoceno pertenecen a una tradición cultural algo homogénea, con escasas modificaciones, a diferencia de los regímenes adaptativos andinos. Esto se debe a que en los ambientes del extremo sur de Sudamérica se mantuvieron las condiciones climáticas relictuales que permintieron la sobrevivencia de megafauna con especies modernas, útiles para la orientación cazadora no arcaica, y un litoral rico como recurso alternativo. En contraste, hacia el norte, las condiciones modernas comenzaron a estar presentes en los escenarios geográficos desde más tempranas épocas holocénicas. Es decir, la sobrevivencia de condiciones pleistocénicas y los óptimos recursos de caza en el extremo sur permitió el embolsamiento grupos paleoindios y transicionales que pudieron mantener por mayor tiempo sus estilos de vida conservadores. Al mismo tiempo, este régimen adaptativo singular se acondicionó a raíz de la ausencia de recursos arcaicos (v. gr. plantas recolectables y necesidades de domesticación).

Adaptación semiárida oriental

Otras agrupaciones holocénicas tempranas se han localizado más al sur, en la vertiente oriental de los Andes, en territorios semiáridos y altos de la región de San Juan y Mendoza, donde se han detectado los grupos más meridionales de cazadores andinos con componentes foliáceos (Schobinger, 1988). La fase o cultura Fortuna se ha identificado en un ambiente cordillerano a través de cuevas, aleros y campamentos abiertos, donde alojaron cazadores locales fechados a partir de los 8,565 ± 240 a.P. (Gambier, 1974). Esta primera ocupación no posee control de cultígenos pero si una nutrida industria foliácea y puntas pedunculadas.

Se trata de adaptaciones que se acercan al IX milenio a.P., en el límite de este análisis. Al igual que la primera ocupación de lntihuasi (González, 1960), ejemplifican derivaciones de ancestros de cazadores holocénicos más tempranos aún no identificados claramente en la vertiente argentina.

Fortuna es sucedido por la fase o cultura Morrillos, caracterizada por un conjunto de puntas triangulares pequeñas a medianas y microinstrumentos diversos, acompañados de tecnologías complejas como textilería, madera y expresiones funerarias definidas. Ocuparon los mismos espacios de los cazadores de la Fortuna a partir de los 7,920 a.P. (Gambier, 1985).

Se ha identificado la influencia de un clima árido, que había determinado una alta movilidad adaptativa, macroregional, con un manejo estacional de ambas vertientes de los Andes (Gambier, op cit.). Se ha sugerido este patrón sobre la base de comparaciones tipológicas con sitios de la costa del Pacífico e interior, que no cuentan con dataciones absolutas, pues se trata en su mayoria de sitios de superficie, pero en términos generales tai supuesto parece ser correcto. Los límites de este artículo imposibilitan por ahora detallar más los regímenes adaptativos hasta aquí brevemente resumidos.

CONCLUSIONES

Hasta ahora los patrones culturales y adaptativos propuestos son tentativos y sólo aspiran a un cierto ordenamiento operacional. De todos los estadios, los patrones de explotación de recursos incertos en el proceso productivo y adaptativo subantártico, se observan más documentados, con suficiente soporte teórico (Bate, 1982; Little, 1983; Kirch, 1980; Borrero, 1989), configurando una trayectoria tradicional (Gradin, et al., 1987; Orquera et al., 1984) que involucra a su vez un curso ecológico-evolutivo (Borrero, 1989) con respuestas tecnológicas adecuadas (Nami, 1987). Aquí, el volumen de información ha configurado una historia cultural con una secuencia temprana más explicita, que tiende a integrar a sitios multicomponentes con otros pequeños, cubriendo un mayor rango posible de variabilidad laboral e ideológica (Bird, 1938; Cardich, 1977; Massone, 1987 y otros).

De acuerdo al actual bagaje de datos aún no se han explicitado las rutas migratorias paleoindias orientadas al Cono Sur. La vía desértica del Pacífico ha sido modificada a raíz de los movimientos de transgresión marina y dislocamientos parciales del borde continental. La vía altiplánica y de cabeceras de valles serranos, con mayor disponibilidad de recursos forrajeros y acuáticos, parece ser importante, pero tampoco hay evidencias regularmente espaciadas. Es probable que el pasaje argentino semiárido (andino-oriental) sea el "puente" más adecuado (región del Trópico de Capricornio), para vincular el borde amazónico con las pampas orientales y a su vez con la finis terra del extremo Patagónico y Tierra del Fuego. En este sentido los pasos trasandinos habrían comunicado a estas migraciones con el actual territorio chileno y por el pasaje patagónico hacia el cono más austral. El registro de puntas "cola de poscado" cercanas a dataciones de fines del pleistoceno en la vertiente atlántica de la provincia de Buenos Aires, sugiere su tránsito Pampeano-Patagónico, tal vez desde los lagos pleistocénicos de Panamá (Bird y Cook, 1978).

Sólo 26 sitios paleoindios netos se han constatado en el Cono Sur, de los cuales más del 50% representan factos limitados, todo lo cual inhibe el planteo de propuestas interpretativas.

Por ahora no hay registros paleoindios involucrados con el patrón de adaptación andina en ambas vertientes. No obstante, los sitios Quereo y Tagua-Tagua representan bien el patrón de adaptación subandina en torno a cuencas lacustres bajas. Las evidencias del sitio Monte Verde sugieren la posibilidad de un régimen de adaptación a la foresta lluviosa austral. Finalmente, un buen número de sitios en el territorio austral representan con mayor confiabilidad el patrón de adaptación subantártico. Por otra parte, los sitios Arroyo Seco y La China iluminan los primeros factos del régimen adaptativo pampeano, con ciertos vinculos en el último caso con el poblamiento austral.

Se entiende que la disolución del modo de vida paleoindio durante el post-glacial, en las postrimerías del régimen adaptativo subantártico, no ha sido suficientemente esclarecido. Es muy probable que en la región esteparia-austral se derivó a nuevas formaciones de cazadores holocénicos, sustentados en la caza dominante de camélidos, en transición gradual hacia el control de la economía marítima (sitios Bahía Buena y Santa Ana). Es decir, la carencia de recursos vegetales económicos y la abundancia de caza no estimuló la emergencia de una vía arcaica de desarrollo.

En el valle longitudinal de Chile hay ocupaciones arcaicas como Cuchipuy, localizadas en la cuenca de Tagua-Tagua, pero se distancian de los episodios paleoindios locales por cerca de tres milenios. Es decir, a diferencia del extremo austral, aquí no se advierte por ahora una transición entre los erpisodios pleistocénicos y holocénicos (Kaltwasser et al., 1983). Los cambios climáticos drásticos ocurridos al final del pleistoceno han sido determinantse en la continuidad del proceso cultural; mientras que la eventual continuidad ocurrida en la zona austral, correspondería a inmigraciones procedentes de las regiones subandina y pampeana.

Más al norte, durante el proceso adaptativo semiárido, se ha definido una ocupación arcaica temprana (Pichasca), pero tambíén se separa aproximadamente por un milenio en relación al sitio paleoindio más cercano (Quereo), sin indicadores claros de una eventual vinculación (Ampuero y Rivera 1971; Núñez et al., 1983).

Llama la atención que en el régimen de adaptación andina los episodios post-glaciales más tempranos como Tuina, Patapatane y Las Cuevas, de la Puna Salada y Seca respectivamente, se acercan al XI milenio a.P. (Núñez y Santoro, 1988). Pero la ausencia de rasgos paleoindios no nos permite asumir bien si los eventos pleistocénicos finales y su población cazadora asociada estuvieron vigentes antes del XI milenio a.P. De hecho, este desfase existe en términos de que cuando los cazadores holocénicos tempranos y los arcaicos tempranos de las tierras bajas ya se han distribuido entre los andes y la costa, respectivamente, los cazadores paleoindios australes sobrevivían por el XI-X-IX milenio a.P.

En lo que respecta a las ocupaciones holocénicas tempranas, no más de 50 sitios han sido reportados en Sudamérica en relación a adaptaciones regionales concretas. De estos sitios sólo 12 se localizan en Chile y Argentina cuyos datos se han reseñado en este trabajo, con neta sustentación estratigráfica.

En suma, la temprana ocupación de la franja occidental de los Andes del extremo sudamericano representa diferentes tradiciones adaptadas a condiciones modernas post-glaciales, con incierta derivación cultural de las tempranas tradiciones paleoindias. No obstante, que algunas tecnologías paleoindias continuaron y se desarrollaron en el post-pleistoceno temprano (Lynch, 1974), es evidente que existe un vacío de información entre ambas tradiciones. Probablemente, la dificultad de ligar ambos procesos se debe a la falta de sitios estratigráficos que muestren una continuidad suficiente de ocupación. Las muestras disponibles hasta ahora presentan procesos aparentemente interrumpidos entre el final de la tradición paleoindia y el comienzo de la tradición de caza y recolección del Holoceno temprano.

A excepción de los segmentos fértiles de los territorios centrales, los demás territorios extremos presentan patrones adaptativos bien definidos desde épocas holocénicas tempranas. En el caso de los territorios andinos del norte, éstos presentan como rasgo común patrones regionales macroadaptativos, probablemente de alta movilidad, con el objeto no sólo de seleccionar recursos bien localizados, sino también los lugares más óptimos donde practicaban las actividades de caza y recolección. En este patrón adaptativo jugaron un rol fundamental los recursos de caza complementados de escasa recolección de plantas silvestres, en la vertiente occidental y mayor acceso a vegetales económicos en la vertiente oriental. Más minoritario aún fue el uso de los recursos costeros exclusivos.

Definitivamente, los primeros poblamientos de finales del Pleistoceno en el Cono Suramericano, así llamados paleoindios y las ocupaciones post-glaciales seguirán siendo una cuestión pendiente y los patrones culturales, adaptativos y productivos observados deverán por otra parte considerarse sólo como un instrumento de análisis y debate.

Pedro de Atacama, San Miguel de Azapa, octubre de 1989.

AGRADECIMIENTOS

El primer autor agradece a FONDECYT (Proyecto 0843), Smithsonian Institution y a la Dirección de Investigaciones y Extensión (Universidad del Norte) por la cobertura de apoyo a la formulación de una secuencia más confiable para la Puna de Atacama. Del mismo modo agradece el GRANT (año 1989) de National Geographic Society que permitió ordenar la discusión de este escrito y acercarse preliminarmente a la revisión de las ocupaciones paleoindias del centro de Chile.
El segundo autor reconoce el apoyo de FONDECYT (Proyecto 12/89) y de la Dirección de Investigaciones y Desarrollo Cientifico de la Universidad de Tarapacá (Concurso de Proyectos 1989).

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2 comentarios

omar pardo morales -

excelente la oportinidad de conocimiento !gracias!

Anónimo -