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Terrae Antiqvae

La Fonteta. La colonia fenicia de la desembocadura del río Segura

La Fonteta. La colonia fenicia de la desembocadura del río Segura Por A. González Prats, Sapanu. Publicaciones en Internet III y IV (1999-2000) [http://www.labherm.filol.csic.es]

Introducción

El día 9 de septiembre de 1996 se iniciaban las excavaciones del Proyecto de Investigación Arqueológica que con la misma denominación del topónimo existente en el lugar -en donde se sitúa también el yacimiento medieval de la Rábita Califal (BIC)- venía siendo solicitado desde 1989 a la Generalitat Valenciana con núm. de Expte. 73/89.

El Proyecto de La Fonteta está inmerso en la línea de investigación Colonización fenicia e interacción cultural con las comunidades indígenas del Sudeste de la Península ibérica del Área de Prehistoria de la Universidad de Alicante, donde en la década de los ochenta se incardinó el Proyecto de La Peña Negra. Para su desarrollo se ha establecido una oportuna colaboración con el Museo Arqueológico y Etnológico de Guardamar del Segura.

Los fondos económicos para la realización de los trabajos de campo provienen del M. I. Ayuntamiento de Guardamar y de la Dirección General de Patrimonio Artístico de la Generalitat Valenciana. Queremos agradecer a dichos organismos el apoyo que nos están prestando para la consecución de los objetivos planteados en el Proyecto, como al Vicerrectorado de Investigación de la Universidad de Alicante por canalizar y facilitar los fondos procedentes de la Generalitat Valenciana.

No es menor nuestro agradecimiento al esfuerzo realizado por los numerosos alumnos y licenciados de la especialidad de Historia de las Universidades de Alicante, Valencia, Murcia, Granada, Sevilla, Pompeu Fabra de Barcelona, Castilla-La Mancha, Complutense, Uned de Madrid, Navarra y Santiago, gracias al cual se debe, en gran medida, el disponer del registro extensivo que hoy podemos contemplar.

La Fonteta, topónimo alusivo a un manantial de agua dulce que ha dado nombre al paraje, está ubicada en la orilla derecha del río Segura, muy próxima a su desembocadura, reproduciendo un patrón de asentamiento muy familiar en los centros fenicios del Mediterráneo.

A falta de estudios paleogeográficos no sabemos ciertamente si el lugar era antiguamente un islote o un promontorio, pero sí está claro que el curso fluvial del Segura tropezó siempre con ese accidente natural, generando su característico meandro antes de salir al mar. Precisamente en esta ensenada previa a la desembocadura, protegida del régimen de vientos predominantes, es posible que se situara el muelle portuario del yacimiento fenicio.

De todos modos, si hubiera que inferir una imagen de la paleogeografía en la época en que nos movemos (siglos XI-VI AC) puede que sirviera la que muestra el gráfico de la figura 2. Para su confección se ha tenido en cuenta la flexión actualmente perceptible del terreno desde el Cabo de Santa Pola hasta el piedemonte de las Sierrras de Crevillente, Callosa, Orihuela y los Estaños. La reconstrucción, pues de la antigua línea de costa podría situarse siguiendo la propia línea de la actual isohipsa de 20/30 m., generando un gran golfo, presidido en su entrada por un gran islote (El molar-La Marina), cuya orilla discurriría cerca de Orihuela, donde posiblemente desembocara entonces el río Segura. Esta gran golfo se correspondería con lo que después se conoce como "Sinus illicitanus".

Sabemos que dos de los factores económicos esenciales que condicionaron la elección de determinados puntos para situar los centros fenicios fueron la facilidad de abastecimiento de materias primas, preferentemente metales, y la posibilidad de comercio con las gentes del territorio circundante.

Ambos factores se dan cita en el Bajo Segura. Al menos desde el siglo IX AC, potentes talleres metalúrgicos ubicados en el poblado indígena de La Peña Negra están elaborando a gran escala numerosos útiles, adornos y armas tipológicamente vinculadas al ámbito del Bronce Final Atlántico que no se quedan en el lugar. Pero, además, las excavaciones realizadas en La Fonteta han puesto de manifiesto la dedicación de los fenicios a la metalurgia del cobre, del hierro y de la plata, materias primas que debieron captar del inmediato territorio alicantino y murciano.

No debieron pasar inadvertidas tampoco las posibilidades que ofrecían estas zonas de marjales del Bajo Segura para la explotación de un bien de primera necesidad como es la sal, no tanto para el consumo directo como para la conservación de alimentos (carne, pescado, aceitunas) y para la fabricación de salazones, industria en la que destacaron los fenicios y de la que tenemos amplias referencias escritas y buena documen-tación arqueológica en época púnica.

Minerales metálicos para transformar, útiles y armas ya elaborados por talleres indígenas,...y sal. A su lado, un ecosistema rico y diverso en recursos que proporcionaba una dieta variada y muy completa a través del consumo de animales terrestres, lacustres y marinos. Del ciervo a la vaca, del atún a la sepia, de la cañadilla a los cangrejos, amenizado con un importantísimo volumen de caracoles terrestres, los habitantes de la ciudad fenicia de la desembocadura del río Segura disponían de una gustosa alimentación.

La ciudad portuaria instalada al abrigo de los vientos de levante, se encontraba en un punto estratégico no sólo para la explotación primaria de los recursos económicos sino, y a ello se debió tal elección, en un lugar óptimo de un cauce fluvial que comunicaba el Sudeste con la Alta Andalucía, un eje comercial de especial importancia en la protohistoria de ambas regiones. En un radio inmediato, el poblamiento indígena se mostraría especialmente receptor: San Antonio, Los Saladares, Caramoro II, o la propia Peña Negra, que llegó a albergar en su seno una factoría de artesanos destacados desde el emporio de Guardamar.

La articulación del territorio "colonial" en el Bajo Segura se realizó siguiendo un esquema que vertebraba la ciudad portuaria de la desembocadura con la fortificación del Cabezo Pequeño del Estaño -que podría incluso haber resguardado el posible gran puerto de La Rinconada-. Este modelo de implantación incluía la existencia de un santuario dedicado a Astarté probablemente, en el propio Castillo de Guardamar, y debía de ser el contrapunto al templo de La Fonteta, documentado a través de restos arquitectónicos, posiblemente erigido a Melkart. Un modelo que recuerda, en última instancia, lo que las fuentes escritas y la arqueología nos ilustran sobre Cádiz, la gran metrópoli fenicia de Occidente.

Con el descubrimiento de La Fonteta, anunciado ya en la década de los setenta por los intentos de localización de Schubart y Arteaga, el territorio del Sudeste de la península ibérica ha cobrado un protagonismo de primer orden tanto en lo referente a la propia dinámica de la colonización fenicia en el Mediterráneo occidental como al papel que desempeñó en los procesos de comercio, interacción y aculturación con las poblaciones indígenas del Bronce Final. Lo que facilita la comprensión de un período orientalizante en las comarcas meridionales alicantinas y su transformación desde mediados del siglo VI AC en una floreciente etapa ibérica antigua, algunos de cuyos yacimientos representativos (horizontes El Molar-El Oral) parecen recoger fielmente la tradición cultural de lo fenicio y lo orientalizante, germen de lo ibérico.

Las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en estos años empiezan a ofrecernos algunos aspectos de lo que fue una colonia fenicia occidental en el Sudeste de la península ibérica, cuyos rasgos arquitectónicos, religiosos, funerarios, económicos y de cultura material nos emplazan ante uno de los centros paradigmáticos de la presencia fenicia en ultramar, en un punto geográfico crucial para entender las relaciones con la Ibiza arcaica y la estrategia territorial que conlleva la colonización fenicia del Mediterráneo occidental.

La periodización del asentamiento de La Fonteta que hemos realizado en 1997 se basa en el registro obtenido a lo largo de estas tres campañas iniciales en el sector sudoriental del yacimiento. Pero somos conscientes de que su aplicación a la totalidad del mismo puede resultar precipitada, comprobado el funcionamiento irregular de los depósitos estratigráficos, que presentan variaciones sustanciales incluso entre lugares próximos. A pesar de ello, se ha comprobado su utilidad, incluso didáctica, en la campaña de 1998, permitiendo vertebrar coherentemente toda la documentación recuperada.

La existencia de un impresionante sistema defensivo (en su día confundido y publicado como islámico por el equipo de medievalistas de R. Azuar, y más recientemente, encabezando ahora un equipo de iberistas franco-español, considerado como orientalizante e ibérico antiguo) ha servido de horizonte para diferenciar una Fonteta arcaica (fases I, II y III) y una Fonteta reciente (fases IV, V, VI, VII y VIII). Fonteta IX señalaría el momento de arruinamiento y desmoronamiento de las murallas, que marca el final del yacimiento, tras lo que se produce una gran invasión dunar.

Resulta prematuro deducir la extensión del yacimiento fenicio debido tanto a la ausencia de una prospección física completa como al hecho de que los perímetros de las dos grandes fases no coinciden. En el área excavada, los restos de Fonteta arcaica sobrepasan el perímetro defensivo de la Fonteta reciente, mientras los restos arquitectónicos de ésta se ciñen únicamente al interior del recinto amurallado. Pero esta constatación ¿permite suponer que la ciudad arcaica fue más extensa que la que encierra después el recinto amurallado que vemos hoy?. O lo que es igual: ¿Fonteta reciente significa un repliegue topográfico?. Mientras no conozcamos la evolución de la geografía de la desembocadura del río Segura entre los siglos VIII y VI AC estas cuestiones resultan enteramente gratuitas. Y mientras no se realicen una serie extensa de sondeos profundos para delimitar la zona de asentamiento, lo que planteemos no pasará de conjetura. De todas formas, una estimación objetiva aproximada podría mostrarnos un complejo urbano y portuario no inferior a 6 Ha. para la fase arcaica.

Campañas

Las tres campañas de excavaciones ordinarias realizadas hasta el presente han acometido diversos objetivos. En 1996 la actuación se centró en el afloramiento del ángulo SE del perímetro defensivo, cubierto por toneladas de arena. La espesa cubierta dunar fue retirada de ambos lados del cuerpo de muralla con el fin de facilitar el inicio de las excavaciones estratigráficas a partir del primer estrato de formación antrópica, lo que se traduciría con la apertura, en el interior del recinto, del Corte 7, que deparó una de las primeras secuencias del yacimiento. También se inició, junto al paramento oriental, el Corte 6.

En una zona más alejada, hacia el Sur, se abrió el Corte 25, que proporcionaría uno de los registros tanto arquitectónicos como ceramológicos más ilustrativos.

La planimetría obtenida con la primera campaña nos condujo a plantear, conocido el sentido en que se orientaban las diversas estructuras arquitectónicas, la distribución actual de las áreas de excavación. Vista la envergadura de aquéllas, optamos por establecer un módulo de 10 m. de lado para los Cortes, a excepción de los que afectan al lienzo defensivo, cuya anchura se incrementa hasta 14 m. De este modo, los nuevos Cortes de 1997 se ajustaron ya a dicho sistema.

En la segunda campaña se regularizó el Corte 7 ampliándolo al módulo correspondiente y, junto a él, se abrió el Corte 8. Al otro lado de la muralla se iniciaría el Corte 14. El Corte 8 fue generosamente pródigo en el registro de la fase Fonteta VI, ya que debido a la utilización de su espacio como vertedero, el volumen de restos arqueológicos y faunísticos resulta como mínimo impresionante. Un importante lote de bronces, entre los que destacan diversos tipos de fíbulas, acompañaba a un copioso repertorio cerámico entre el que sobresale uno de los conjuntos de cerámica griega arcaica más importantes de la Península ibérica: ánforas quiotas y samias al lado de copas y vasos (dinos) de diversos centros de la Grecia oriental. El descenso en los estratos inferiores quedó pospuesto para 1998, habida cuenta de lo laborioso que resultó el cribado sistemático en malla fina de algo más de 28 m3 de cenizales.

La información que proporcionaron los Cortes 7 y 14 se tradujo, principalmente, en la detección de la fase Fonteta III a través de diversas dependencias cuya finalidad metalúrgica quedaba marcada a través de la enorme cantidad de toberas, crisoles, fragmentos de moldes de arenisca, tortas de metal y escorias, elementos que nos indicaban el trabajo sobre cobre y sobre hierro preferentemente.

En el Corte 14 se pudo, además, registrar el foso que precedía a la línea defensiva meridional, cuya ejecución cortó los restos arquitectónicos de las viviendas metalúrgicas precedentes. Este Corte se encuentra en vías de excavación, no habiéndose llegado al final del foso.

Los objetivos de la tercera campaña se cifraban en la continuación del descenso en los Cortes 8 y 14 y en la apertura hacia el Este del Corte 5 y hacia el Norte de los Cortes 9 y 10. La retirada con pala mecánica no sólo de las terreras del año anterior sino de nuevo de varias toneladas de arena dunar para emplazar los nuevos cortes, ha condicionado que éstos solo hayan podido insinuarse para su excavación en los años próximos.

Los esfuerzos de 1998 se han centrado, por tanto, en los Cortes 5 y 8. En este último, se ha descendido en los depósitos inferiores a la muralla, documentando nuevas dependencias del complejo metalúrgico de Fonteta III que ha deparado restos de nuevos moldes e incluso una maza de minero.

El gran horno circular de paredes de adobes, de 2,40 m. de diámetro, pendiente de excavación tras detectarse en 1997, ha sido aflorado por debajo de la fase Fonteta VI y tal vez pertenezca a la casa pluricelular de Fonteta V. En el actual estado de su investigación no existe el menor indicio sobre una dedicación metalúrgica, sirviendo seguramente como una gran tahona.

En el Corte 5 parece que disponemos de uno de los primeros habitáculos de Fonteta VI. Hasta ahora, todo el registro de dicha fase venía traducido en un vasto depósito de vertidos que rellena incluso los espacios habitables de las viviendas precedentes de Fonteta V, por tanto amortizadas. La estructura en cuestión presenta una factura de peor calidad y debió instalarse cuando ya el lugar estaba siendo utilizado como basurero, pues sus zócalos de piedra pisan el tramo inferior del mismo. Pero, al contrario que ocurre en las cuidadas casas de Fonteta V, el vertedero no llegó a invadir el interior de esta estructura que aparece arrumbada junto al interior del codo SE de la muralla.

Los nuevos registros obtenidos con los recientes trabajos nos ofrecen, por otro lado, aportaciones esenciales que completan los datos extraidos en años anteriores.

La primera de ellas afecta al contenido del tramo estratigráfico Ib8-Ib9-Ib10 que existe inmediatamente debajo de la muralla y que sirve de apoyo a su basamento. El estrato Ib9 que se había manifestado hasta ahora con un mínimo espesor y con muy escaso material arqueológico asociado, nos ha deparado un depósito de grosor creciente de Sur a Norte que ha proporcionado un notable conjunto de materiales. Con esta documentación resulta más fácil precisar la cronología de la fase inmediatamente anterior a la construcción del sistema defensivo de Fonteta IV, lo que hasta ahora debía de conjugarse con los ricos conjuntos cerámicos de Fonteta IIIB1. Sospechamos, además, que el estrato Ib9 gris de los Cortes 7, 8 y 5 no se corresponde con el estrato Ib9a gris del Corte 14, por lo que podemos estar ahora en mejores condiciones de caracterizar la fase Fonteta IIIB2, de cuyas viviendas han salido las grandes piedras que conforman la base del refuerzo exterior de la muralla.

Otra aportación la constituye la detección de una serie estratigráfica perteneciente a la fase Fonteta II que hasta ahora sólo se había detectado en el Corte 25. El registro se ha producido en el Corte 5, debajo indistintamente de los restos de Fonteta III y de Fonteta V. El espesor de la serie varía de 0,20 a 1,75 m. y se trata de un depósito con numerosos estratos y capas en donde se han documentado numerosos rastros de actividad metalúrgica. Nuevos hallazgos de cerámica griega protocorintia y ánforas SOS confirman el registro del edificio de tapial del Corte 25.

Por último, se ha manifestado igualmente restos de la fase Fonteta I, traducidos en tres hornos y una serie de fosas y canales excavados en la base geológica que de nuevo hemos de relacionar con actividades metalúrgicas. El relleno de arena que colmata tales estructuras y que proporciona material arqueológico significativo induce a proponer una fase Fonteta IB o Fonteta I/II.

La estratificación de los diversos depósitos correspondientes a las fases que han podido ser establecidas, obliga a una correlación -actualmente en curso- entre las diversas series estratigráficas obtenidas debido a la falta de homogeneidad de aquéllos.

Arquitectura y técnicas de construcción.

A través de la secuencia de las fases de habitación que han podido ser establecidas se observa una primera aproximación a la arquitectura de este emporio fenicio del Sudeste de la península ibérica, cuyos modelos van a influir substancialmente en el concepto arquitectónico de las comunidades indígenas del territorio, adoptándolos en muchos casos fielmente, desde el uso de la albañilería de adobes hasta el empleo de bancos y el modo de construir los hogares, como se puede observar en La Peña Negra y en El Oral, dos yacimientos indígenas -orientalizante uno e ibérico antiguo el otro- que sirven de contrapunto o recogen la evolución de lo que ocurría en La Fonteta.

Arquitectura doméstica

A la espera de una mayor definición, con la ampliación del registro de campo en los próximos años, de los posibles restos constructivos que bajo la forma de hoyos [de postes], fosas y líneas [vallas] de material perecedero registrados en Fonteta IA, la primera construcción definida que conocemos pertenece a Fonteta II y viene traducida por el edificio con paredes de tapial, cuya completa delimitación aún está pendiente, aparecido en el Corte 25. El edificio articula varias dependencias ortogonales con paredes de diverso grosor que diferencian los muros maestros de los meros tabiques. La disección de algunos de estos últimos mostró perfiles estratigráficos muy ilustrativos sobre su construcción a la par que registraba nítidamente la existencia de, al menos, dos momentos de construcción, con una refacción posterior del plano original que afectaba a las dimensiones de las dependencias internas. En algunos puntos, un suelo de adobes señalaba la clausura de la primera fase de construcción.

La utilización de un zócalo de mampostería en la construcción de los muros de las casas está documentada desde la fase Fonteta III. Un conjunto de habitaciones pertenecientes a otro complejo arquitectónico se está definiendo a través del registro de los Cortes 5, 7, 8 y 14. El carácter metalúrgico de algunas de estas dependencias ha quedado manifestado por abundantes hallazgos relacionados con dicha actividad.

Un pavimento de barro que descansa sobre lecho de cantos de playa señala la diferente función de una habitación, situada junto a otra donde un suelo empedrado y dos pesados machacadores parecen indicar un lugar destinado a triturar mineral, a su vez adyacente a un taller metalúrgico que debemos interpretar como una herrería.

En otra dependencia situada más a oriente se documenta un hogar con tres áreas circulares. Dos de ellas muestran una cuidadosa técnica de construcción destinada a conservar mejor el calor de los fuegos: debajo de la capa de terracota, se ha dispuesto un lecho de fragmentos cerámicos y a su vez encima de un lecho de base con pequeños cantos. La tercera no dispone del lecho de cerámicas.

Este tipo de hogar en donde debajo de la plancha de cocción se sitúa un lecho de cerámicas troceadas se encuentra desde Fonteta II, ya que en uno de los habitáculos del edificio de tapial fue detectado uno de estos hogares. En 1984 se localizó en La Peña Negra un hogar similar correspondiente a la fase orientalizante, y aparecen más tarde también en el poblado ibérico antiguo de El Oral.

La siguiente fase donde nos aparece una arquitectura característica y definida, con un inmejorable estado de conservación en algunos puntos, es Fonteta V. Disponemos de dos estructuras adosadas ambas al paramento interno de la muralla erigida en Fonteta IV. La casa del Corte 7 se ha edificado sacrificando el refuerzo del lado interno de la muralla y uno de los tirantes-contrafuertes de la misma. Esta casa presenta un plano, todavía incompleto, de una vivienda pluricelular que consta de cinco estancias como mínimo. Las paredes mejor conservadas muestran robustos zócalos de mampostería -ligeramente más anchos que los de las casas de Fonteta III- de 1,10 m. sobre los que se levanta la obra de adobes, en algunos puntos conservada con igual altura que los zócalos.

En relación con esta casa podemos situar el gran horno de adobes que se instala a medio metro escaso de su pared oriental.

Por su parte, la estructura excavada en el Corte 5N nos ofrece muros de una robustez extrema ya que triplica casi, disponiendo tres hileras de adobes en lugar de una, el espesor de los de la casa del Corte 7. De nuevo, el excelente estado de conservación posibilitó recuperar un alzado de adobes de un metro de altura sobre el correspondiente zócalo de mam-postería, de menor altura que los zócalos contemporáneos del Corte 7. La robustez de las paredes sorprende por el pequeño espacio útil que encierran, por lo que hemos de sospechar que debieron ser una sólida sustentación de una superestructura que pudo elevar más de dos pisos. Las huellas de una posible escalera interna construida con peldaños de adobes dispuestos verticalmente, vendría a confirmarlo. En este caso, el depósito hallado sobre el suelo original de la planta baja parece haberse formado ante el derrumbe súbito de una planta superior, en donde se rescataron in situ un ánfora completa fracturada, un plato de engobe rojo, un asador de hierro hincado y restos de tejido posiblemente teñido de rojo.

Esta estrecha construcción, conviniendo en una considerable elevación, podría estar vinculada al sistema defensivo de la muralla. Se encuentra adyacente al bastión SE y no nos extrañaría hallarnos ante una posible torre interna.

No hemos de olvidar que, en relación con el espacio total existente, estas construcciones de Fonteta V están ubicadas en el área marginal de lo que desde Fonteta IV debió de ser el núcleo urbano. Y ese carácter marginal parece confirmarse con lo que podemos deducir de los momentos inmediatamente siguientes.

A pesar de la alteración producida por depósitos posteriores en estas estructuras de Fonteta V, se han conservado sendos hogares del tipo descrito en las fases arcaicas.

Los adobes que se utilizan en la albañilería se fabrican con barro anaranjado o marrón pardusco y la masa se traba con paja de cereal o con algas marinas (posidonias) que han dejado sus huellas e impresiones o se conservan putrefactas. El mortero que se utiliza para unir unos con otros es el mismo barro pero con tonos siempre sensiblemente diferentes, lo que permite distinguir con relativa facilidad estas paredes. Obedecen a un módulo que conforma piezas subrectangulares de 36x47x11 cm., es decir unas proporciones aproximadamente acordes con el sistema sexagesimal, de tan honda tradición en Oriente Próximo.

A partir de este momento de la secuencia, en el registro que poseemos, las escasas estructuras detectadas muestran una construcción menos cuidada. En plena fase de Fonteta VI, en que la mayor parte del espacio excavado en el interior del recinto tiene un claro carácter de vertedero, se instala junto al paramento del bastión, adosado y alterando parte de la robusta construcción anterior, lo que no pasa de ser un mero cobertizo con zócalos irregulares de mampostería que se alejan por su técnica más desmañada de los zócalos de las casas anteriores.

Inmediatamente sobre el vertedero, que colmata el espacio interno de las casas de Fonteta V, se instala otro pequeño cobertizo, de peor factura incluso que el anterior, con hogar central cuya placa de terracota no cubre ningún lecho cerámico. Esta auténtica chabola -correspondiente a Fonteta VII- se construye sobre más de un metro de escombros y vertidos, al abrigo de las ruinas de la vieja casa de Fonteta V. Pero su aspecto lastimoso puede no traducir la realidad de lo que puede estar sucediendo en el área nuclear de la ciudad, y tener explicación por ser el cobertizo de quien se encarga del horno metalúrgico al que está adosado.

Con posterioridad, antes del derrumbe de las murallas, apreciamos la instalación de alguna pequeña tahona de barro (Corte 7) representativa de Fonteta VIII.
Volvemos a indicar que estas pautas arquitectónicas adjetivan una evolución puntual de un mínimo espacio que además, desde Fonteta IV, puede no coincidir con lo que se está produciendo en áreas más dinámicas de la ciudad portuaria. Futuras excavaciones en zonas más cercanas al propio manantial de La Fonteta y al norte del lugar que ocupa La Rábita califal, habrán de contrastar y completar la información que podemos ofrecer hoy, que no deja de ser preliminar.

Arquitectura defensiva

El perímetro defensivo va íntimamente ligado al concepto de ciudad y tiene profunda raigambre en Oriente, con numerosos ejemplos en el mundo cananeo prefenicio de la Edad del Bronce. Recordemos la significación de la propia ciudad de Gadir: "la amurallada".

Por ello, uno de los rasgos más llamativos del yacimiento fenicio de Guardamar es la muralla. Aflorada en dos tramos en 1987 y 1991 por el equipo de excavaciones de La Rábita califal, fue interpretada como la muralla que rodeaba el monasterio medieval.

Dada la reutilización de diversos materiales anteriores en la muralla de Fonteta IV, cabe la posibilidad de la existencia en algún otro punto de un encintado arcaico, cuyo perímetro no coincide con el que encierra después la Fonteta reciente.

El aspecto que presentan los actuales restos de las murallas en el ángulo SE de la ciudad permite contemplar un cuerpo central de 4,5 a 5 m. de ancho con paramentos verticales construidos con piedras de diverso tamaño. Algunas alineaciones transversales al sentido longitudinal del encintando parecen indicar un sistema de construcción que finaliza tramos de la misma mostrando careos, sin que debamos interpretar necesariamente los espacios entre unos y otros ni como puertas ni como casamatas.

Ese cuerpo central de flancos verticales está ceñido, en los puntos mejor conservados, por dos cuerpos en talud de una anchura en torno a 1 m. en su base, lo que conferiría a ésta una anchura total cercana a los 7 metros.

Evaluada la incidencia de los constructores de la Rábita, edificada a expensas de la piedra del yacimiento fenicio, en particular de las murallas, así como la posición y espesor de los depósitos formados con el derrumbe de las mismas, podemos concluir en proponer una altura total que debió de alcanzar, si no sobrepasar, los 10 metros. El zócalo de piedras y barro debió de elevarse hasta 4-5 m., sobre el que se levantaría la obra de tapial y/o adobes, posiblemente rematada con almenas, según los modelos que traducen las diversas iconografías de las ciudades fenicias. Toda la obra estaba enlucida con una espesa capa de barro de color anaranjado claro, homogeneizando su aspecto final.

Fiel a la arquitectura defensiva cananea y fenicia, el flanco exterior de la fortaleza presentaba a 4 m. de distancia un impedimento complementario contra posibles asaltos: un foso en V de 2,5 m. de ancho. Es seguro incluso, a juzgar por los restos observados en algunos puntos, la existencia de un glacis de barro entre el forro en talud externo y el borde del foso, lo que impedía aún más el acceso y el minado de las murallas, a la vez que protegía de las fuertes lluvias la estructura defensiva.

Si existieron o no casamatas, al estilo de la cercana fortificación del Cabezo del Estaño, no parece que pueda comprobarse ya que se debieron ubicar en La Fonteta precisamente en el tramo superior de barro.

Justamente en el codo sudoriental del perímetro se articuló un bastión de planta cuadrangular en curso de excavación.

Si obviamos la extensa cobertura dunar actual y contemplamos la restitución indicada de las murallas, debía de ser realmente impresionante la visión de esta ciudadela desde Fonteta IV, emergiendo de los esteros del Segura.

Las construcciones de Fonteta V que se adosan al interior de la muralla nos han permitido analizar la existencia de unos muretes transversales más antiguos que parecen originarse en los paramentos verticales del cuerpo central de la muralla e incluso se introducen en él. Han quedado reflejados en los Cortes 7 y 8 en el interior del recinto, así como en el Corte 14, por el exterior.

Por lo que conocemos, no creemos que se trate de muros de viviendas, por más que pudiera utilizarse el espacio comprendido entre ellos para refugiarse a su amparo (de hecho, esta posibilidad ha generado que establezcamos una fase IVc). Este extremo, por desgracia, no puede comprobarse en el espacio actualmente excavado que aquí presentamos, ya que la fase V arrasó ambos muretes, como también eliminó dos tramos del forro interno de la muralla para dotar de mayor espacio a las viviendas que contra ella se adosaron.

Manejando las características geotectónicas del Sudeste español, que es una de las zonas de constante riesgo sísmico - y que obligó en el siglo pasado a trasladar la población de Guardamar del Castillo a su actual emplazamiento-, hemos tomado en consideración la posibilidad de que se trate de unos elementos cuya finalidad residiría en dotar de elasticidad y firmeza al lienzo defensivo, evitando un derrumbe en cadena del mismo.

No faltan precedentes para este proceder en la arquitectura tanto defensiva como civil en el ámbito oriental, que van desde huecos y travesaños de madera en la muralla del Bronce Antiguo de Jericó hasta espacios de adobes entre sillares en el palacio del Bronce Tardío de Ugarit.

Ello confirmaría el alto grado de pericia técnica y el inmejorable conocimiento de las condiciones geofísicas del territorio por parte de los arquitectos que diseñaron el sistema defensivo de la Fonteta reciente.

Arquitectura religiosa

Aunque se trata de una documentación "secundaria", no pierde el incuestionable valor que posee el hallazgo entre las piedras del derrumbe de la muralla o reutilizados en una plataforma de un horno metalúrgico, de varios fragmentos de moldura acabada en gola labrada sobre sillares.

Estos fragmentos arquitectónicos, junto a otros que hay incluidos todavía en la muralla y aquéllos que se pueden apreciar recuperados o reutilizados en las excavaciones del yacimiento de la Rábita califal, son un claro exponente de la existencia en la fase arcaica de La Fonteta de un templo, dedicado a una de las divinidades del panteón fenicio, complementaria tal vez de la Astarté que se veneraba en el Castillo de Guardamar y cuya advocación sabemos continuaba en época ibérica.

El hallazgo de estas molduras, reaprovechadas en la muralla de Fonteta IV o en construcciones posteriores, al margen de su valor arqueológico, traduce de inmediato la misma cuestión que afecta a las estelas y betilos recuperadas de la misma forma, es decir, reutilizadas como material de construcción posterior: ¿Se debe a simple material amortizado o tal vez obedece a razones de más profundo calado?

La actividad metalúrgica

La búsqueda y el comercio de los metales se encuentran en la base de la presencia fenicia en Occidente. El abastecimiento de estaño, el monopolio de la explotación de la plata y la introducción del hierro pasan por ser tres facetas de una misma estrategia que posibilitó la interacción entre fenicios e indígenas, tartessios sobre todo, y que adjetiva los desarrollos socioeconómicos de la Protohistoria de España.

Los indicios de actividad metalúrgica han sido hallados a lo largo de toda la secuencia del yacimiento fenicio, si bien poseemos una notable documentación de la Fonteta arcaica. Baste señalar los diversos hallazgos de escoria y restos de metal fundido (plomo, plata, cobre y hierro) en Fonteta VI, una de las últimas fases de la ciudad.

Los recientes registros de 1998 permiten asegurar que desde el inicio del asentamiento, en un momento indeterminado del siglo VIII AC, el beneficio del metal fue inherente a los fenicios que fundan La Fonteta.

Sobre la base de limos rojizos, en el Corte 8 se excavan tres pequeños hornos cuya elevada temperatura alcanzada alteró la coloración de esta base geológica reciente sobre la que se asienta la ocupación fenicia. Dos son circulares y el tercero alargado, habiéndose hallado abundantes cenizas en todos ellos y restos de escoria en uno de los circulares.

El hallazgo de una escombrera de fundición correspondiente a Fonteta II en el Corte 5N ha deparado un abundantísimo material de carácter metalúrgico: cientos de fragmentos de toberas cilíndricas que muestran el extremo introducido en el horno con restos de vitrificación, diversos ejemplares de crisoles sencillos o con peana en los que se conservan adherencias metálicas, numerosos nódulos de escorias y metal e incluso un pequeño horno habilitado en la propia escombrera, con la parte superior de un ánfora A1 invertida y sellada su boca para utilizarla como recipiente de agua. Un fragmento de molde de arenisca parece delatar el objeto fundido: hachas de apéndices laterales. Un platillo de cerámica a mano con punciones externas que no llegan a atravesar la pared es del mismo tipo que los hallados por Schubart en el Morro de Mezquitilla y que también se conoce en Malaka.

Con todo, el mejor registro procede de Fonteta III. En los Cortes 7, 8 y 14 disponemos del mayor número de objetos relacionados con las actividades metalúrgicas de los habitantes de la Guardamar fenicia. En la fase IIIA, un taller de herrero contenía numerosos pocillos-crisoles con tortas de metal adheridas y uno central con un relleno de virutas de metal (hierro acerado). En el mismo recinto, restos de tres ánforas a torno y un píthos a mano quieren indicar un importante volumen de agua necesaria para el enfriado de los objetos que se forjan.

En la dependencia contigua septentrional, un área de triturado de mineral. Y en lo que parece ser un patio o espacio abierto situado al sur, restos de toberas, en su mayor parte crudas. Y ya en otra dependencia, un mazo de minero con ranuras transversales y varios moldes de arenisca.

Fonteta IIIB1 ha proporcionado una nueva escombrera de fundición en donde los crisoles, las tortas de metal, las escorias, las toberas cilíndricas y prismáticas, así como los moldes para fabricar hachas de apéndices laterales, incluso con doble cama, se mezclaban en una amalgama con un notable conjunto de vajilla de barniz rojo, una de cuyas lucernas de dos picos ostenta un grafito alusivo al nombre teóforo de su propietario: MLQRT YSP ("Melqart lo añadió") según ha podido desentrañar la Dra. Elayi.

Tras los vestigios ya mencionados de Fonteta VI, en la fase VII se ha registrado en el Corte 8 una estructura alargada de combustión - un horno metalúrgico con seguridad - en cuya plataforma inferior había un nódulo de litargirio, es decir, el monóxido de plomo altamente tóxico que resulta de la copelación de la galena argentífera.

Con los datos actualmente disponibles, da la sensación de que tanto Fonteta arcaica como Fonteta reciente ofrecen una caracterización metalúrgica similar, ilustrándonos sobre una de las principales actividades económicas de este centro fenicio de Occidente.

En relación con la metalurgia de las comunidades indígenas precedentes (taller de Peña Negra I), los elementos que ha proporcionado La Fonteta se inscriben en la nueva dinámica instaurada por la presencia fenicia en Occidente: sobre todo el hierro y la plata (metal con que pagan sus tributos a Asiria las metrópolis fenicias), al lado del tipo de toberas tanto cilíndricas como prismáticas, tan conocidas en otros centros fenicios del Mediterráneo central y occidental.

Pero la metalurgia básica de la factoría de la desembocadura del Segura sigue siendo de base cobre. No en vano, el tipo de hacha que se está fabricando en el siglo VII AC en los talleres fenicios de Fonteta II y III es el mismo que desde doscientos años antes venía elaborándose en los talleres de Peña Negra I. Su presencia, incluso monótona, en un centro fenicio puede tener mucho que ver tanto con labores complementarias mineras -deforestación- como con su utilidad segura como escoplo de cantero y tallista. No olvidemos que en esta fase arcaica es donde deben situarse el templo y el tofet cuyas molduras y estelas, talladas con esmero, han sido reutilizadas en la construcción de la muralla de Fonteta IV.

La cultura material

El asentamiento fenicio de la desembocadura del río Segura no sólo nos ha deparado un inmejorable estado de conservación de la arquitectura, sino que también ha proporcionado una masa de materiales arqueológicos que resulta, a todas luces, desbordante y que no hace sino traducir la importancia de las transacciones económicas, el elevado índice demográfico existente y la riqueza de sus gentes.

Tanto a través de la cerámica como de los bronces o los amuletos se aprecia en toda la secuencia de vida de La Fonteta la diversidad del origen de los productos hallados en las excavaciones: Cádiz, Málaga, Cartago y otros centros del Mediterráneo central, y Oriente, para los elementos propiamente fenicios. Las importaciones griegas aparecen desde Fonteta II con cerámicas protocorintias y ánforas SOS, alcanzando un máximo en Fonteta VI con las producciones de la Grecia del Este (Samos, Quíos, Jonia), en la misma línea que lo señalado para Huelva y Málaga. De la fase más arcaica mínimamente documentada (Fonteta IB) procede un skyphos fenicio con engobe rojo y pintura negra que imita los modelos euboicos, similar a ejemplares hallados en Toscanos, Cartago, Mozia y San Antioco.

La Fonteta arcaica depara unos conjuntos materiales acordes con los propios de los restantes centros fenicios del mediodía peninsular y de Sa Caleta. El repertorio más completo procede de Fonteta II y Fonteta III, en cuya diferenciación han vuelto a prestar un buen servicio algunos indicadores cronológicos como es el caso de los platos de barniz rojo (red slip ware, céramique à enduit rouge, rote ware).

El porcentaje de cerámicas a mano es reducido, sin superar valores del 20%. Se pueden establecer tres grupos: el primero de procedencia alóctona, del sur peninsular; otro con pastas ricas en calcita y el tercero, posiblementer local, idéntico a la producción manufacturada de los centros indígenas (Peña Negra I).

Las cerámicas a torno ofrecen igualmente varios puntos de origen, destacando nítidamente por sus características peculiares y por su entidad estadística aquellos productos elaborados en las factorías malagueñas y los importados de Cartago: ánforas, cerámica gris, cerámica sin tratamiento, cerámica de engobe y barniz rojo y cerámica con decoración pintada, esencialmente bicroma.

Las especies más abundantes son las ánforas y la vajilla de barniz rojo. Los platos y las lucernas de uno o dos picos, con o sin tratamiento de barniz rojo, resultan uno de los tipos más comunes, seguidos por los jarros de boca de seta o de boca trilobulada.

La cerámica gris no alcalza en absoluto los valores que después observaremos en Fonteta reciente y su origen hay que buscarlo en los centros de la costa andaluza.

Para la cerámica con decoración pintada hay que subrayar la tendencia hacia una representación especial de las formas E11 (vasos tipo Cruz del Negro) y E13, las tinajas anforoides de cuatro asas geminadas, un contenedor (¿salazones?) tan abundante como las ánforas de vino, mostrando diversas sintaxis decorativas (aspas, circunferencias concéntricas) sobre la conocida temática de base de bandas rojas y filetes negros.

El conjunto cerámico de La Fonteta reciente muestra sensibles diferencias en relación con el comportamiento precedente. Este fenómeno debe relacionarse con los cambios que se producen en casi todos los centros fenicios a partir del último tercio del siglo VII AC, reflejo a su vez del inicio de la crisis de las metrópolis orientales, sobre todo de Tiro.

La construcción del sistema defensivo de Fonteta IV y la reestructuración urbana del asentamiento fenicio encuentran su eco en los cambios sensibles en el comportamiento de los repertorios cerámicos en particular. Para su análisis disponemos de un amplísimo registro propiciado por el carácter de vertedero de los depósitos denominados Ia3, exponentes de la fase Fonteta VI.

El carácter de basurero del depósito ha ocasionado el fenómeno de que en determinados puntos los valores de la cerámica a mano se sitúen en torno al 49%, valor que hemos de considerar, por tanto, anómalo ya que la tendencia en el resto del registro sigue aquella observada desde Fonteta arcaica.

Pero resulta atractiva la hipótesis de entrever en estas fases recientes del yacimiento fenicio una mayor presencia de gentes que desde hace tiempo, al menos desde principios del siglo VII AC, están conviviendo con grupos orientales, según se desprende de la instalación de una factoría fenicia en la ciudad indígena de Peña Negra II.

¿Acaso se produce un repliegue de la población oriental en Fonteta, junto con grupos indígenas fuertemente mestizados? Una clave para semejante cuestión puede darla la cronología de la fortificación, río Segura arriba, del Cabezo Pequeño del Estaño, cuya publicación resulta imperativa. ¿Es el Estaño una forti-ficación anterior a Fonteta IV y se abandona, trasladándose el sistema defensivo a la ciudad portuaria de la desembocadura? ¿O surge el Estaño precisamente cuando se define dicho sistema?.

La nueva orientación que puede estar tomando la ciudad portuaria de La Fonteta reciente se refleja muy bien en la cultura material: los productos de los centros de la costa malagueña ya no son predominantes, a la par que escasean más aquellos fabricados en Cartago. Como contrapartida, nuevos talleres inundan con sus productos la vida cotidiana de los últimos fenicios, más o menos puros, de Fonteta VI-VIII, antes de desaparecer o ser asimilados por lo ibérico.

Las cerámicas de los alfares fenicios locales de Peña Negra II, particularmente la vajilla gris, alcanzan una representación notoria. A su lado, numerosas producciones cuya identificación, a través de análisis intensivos y extensivos de caracterización, resulta apremiante.

El espectro ceramológico de Fonteta VI puede conducir al establecimiento de una facies propia que matice y explique la transformación de lo orientalizante (Peña Negra II) en lo ibérico antiguo (El Molar), llenando ese salto en la génesis del foco ibérico del Bajo Segura. ¿Podría representar el mundo de Fonteta VI el eslabón que explica directamente el surgimiento de la cultura ibérica a partir de la segunda mitad del siglo VI AC?

Los objetos suntuarios que acompañan a este momento del yacimiento fenicio, con una amplia representación de diversos tipos de fíbulas entre los que falta por hoy la anular hispánica, con vasos de alabastro y escarabeos de fayenza y azurita, nos confirman estas sospechas de hallarnos ante un horizonte inmediatamente previo al representado por la necrópolis del Molar, perteneciente sin lugar a dudas al poblado ibérico situado en la orilla izquierda de la desembocadura del río Segura.

Los vasos de huevo de avestruz

A lo largo de la secuencia de las ocho fases de La Fonteta se ha manifestado la extrema abundancia de vasos realizados sobre huevos de avestruz.

Disponemos de más de 150 fragmentos de dichos vasos, que presentan casi todos restos de ocre rojo por el interior y algunos han conservado la decoración externa pintada o la huella mate de ésta tras la desaparición de la pintura.

Estos hallazgos, junto con los realizados en otros centros fenicios, como es el caso del Cerro del Villar, en la desembocadura del Guadalhorce, ponen de manifiesto el carácter no exclusivamente funerario de esta peculiar producción que perdura en época púnica y cuyo sentido simbólico parece haber cuajado en algunos ambientes funerarios ibéricos.

Objetos de metal, amuletos y joyería.

Acompañando a los desechos cerámicos y a los restos metalúrgicos hallados en las diversas fases, La Fonteta ha prodigado numerosos objetos de metal, básicamente de cobre y bronce, al lado de un no menos importante volumen de objetos de hierro.

Un considerable lote de anzuelos, junto a pesos de plomo de redes, no hace mas que confirmar lo que indica la existencia de vértebras, espinas, dientes y escamas de diversas especies de ictiofauna, de las que destacan los escómbridos, que fueron pescadas por los habitantes de la ciudad portuaria de la desembocadura del Segura.

Un conjunto de placas de chapa de cobre o bronce, en ocasiones con roblones de hierro, conforman lo que ha quedado de guarniciones sobre materias perecederas (tejido, cuero, madera).

Del cobertizo de Fonteta VI-VII hallado en el Corte 5 proceden los restos de la guarnición de un cinturón, a base de doble cinta recubierta de hemiesferas de bronce, que debió de ser del mismo tipo hallado en Peña Negra II o en la necrópolis de La Joya, lo que viene corroborado por el hallazgo en el Corte 7 de un broche de cinturón del mismo tipo.

Con los actuales registros, el mayor número de fíbulas y broches de cinturón, éstos del tipo sencillo tartéssico, proviene del vertedero de Fonteta VI. Las fíbulas predominantes son las de doble resorte y las de pie acodado rematado en pequeño botón (tipo "Golfo de León"), junto a otros tipos menos comunes y que sirven de cotejo para el establecimiento de la cronología de dicha fase.

En plomo, aparte de los restos de goterones informes, disponemos de una pesa cuadrada con marca central similar a las aparecidas en otros centros fenicios de Occidente (Guadalhorce) y de Oriente.

De hierro han aparecido numerosos fragmentos de piezas diversas, generalmente de vástago circular, y algunas casi completas (un asador en Fonteta V), junto a varios cuchillos afalcatados.

En el apartado de amuletos y colgantes disponemos de una plaquita calada de esteatita con representación del Uadjet y de la vaca Hathor, una mascara silénica de fayenza, una figura de Bes, también de fayenza, como dos de los cuatro escarabeos recuperados. Los otros dos son de bronce y azurita. De marfil se conservan algunas piezas de muebles, un fragmento de peine y un colgante cilíndrico.

Un entalle basculante engarzado en plata perteneciente a un anillo muestra una esmerada labra con el motivo de Set sedente encima de la línea de la tierra y junto a una flor de loto, todo ello debajo del signo pet, el cielo.

Una muestra de la orfebrería en oro lo ofrece un colgante del tipo de cestita con pirámide de glóbulos que obedece a un tipo muy conocido en el repertorio de la joyería fenicia y que, fabricado en oro o plata, se reparte desde Fenicia y Palestina hasta Cádiz.

Bibliografía Fonteta

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Enlaces a las Memorias preliminares:

http://www.labherm.filol.csic.es/Sapanu2000/ALICANTE/c_otros/primmem.htm

http://www.labherm.filol.csic.es/Sapanu2000/ALICANTE/c_otros/mem97.htm

http://www.labherm.filol.csic.es/Sapanu2000/ALICANTE/c_otros/Memoria.htm

http://www.labherm.filol.csic.es/Sapanu2000/ALICANTE/c_otros/mem2000.htm

http://www.labherm.filol.csic.es/Sapanu2000/ALICANTE/c_otros/mem2001.htm

http://www.labherm.filol.csic.es/Sapanu2000/ALICANTE/c_otros/result.htm

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